Si
no fuera por mi santa madre, que ya se ha ganado el cielo, hoy en día me
alimentaría básicamente de arroz blanco. Gracias a nuestras guerras, en las que
cada una ponía toda su tozudez sobre el campo de batalla, ahora como de todo.
Eso sí, ni ella ni yo olvidaremos nunca esas horas interminables que me pasaba
delante del potaje de garbanzos.
Sin
embargo, pese a esos recuerdos teñidos de gritos, se lo agradezco. De verdad.
Porque me he dado cuenta de lo ridículas que son algunas personas con la
comida. Que si no me gusta el pescado porque los peces me dan asco, y ni
siquiera lo han probado. ¿Qué excusa pondrá el niño, cuando a los cincuenta el
doctor le diga que quizá es hora de empezar a comer verduras? ¿No me gustan las
espinacas porque son verdes?
Ahora
podéis elegir lo que coméis, pero a lo mejor algún día ya no podréis ¿Qué
pasará entonces? ¿No comeréis? Así que gracias, mamá.
No
por ser negro se es delincuente, ni por venir de Oriente Medio se es
terrorista. La naturaleza, por suerte, no funciona así. Pero nosotros sí, y no
podemos cambiarlo. Al conocer a alguien, en lo primero que nos fijamos es en su
ropa, en su color de piel y contamos cuántos agujeros y dibujos tiene. En unos
segundos ya nos hemos formado una opinión de esa persona, y a lo mejor aún no ha
abierto la boca ¿Qué nos importa su historia o su nombre? Nosotros ya sabemos
todo lo que necesitamos saber.
Se
llaman prejuicios. Todo el mundo sabe
lo que es, pero nadie repara en ellos jamás. Son invisibles, llegan sin avisar
y se apoderan de todas tus opiniones en un santiamén. Ya sé que no podemos
evitar tenerlos, pero ¿no podríamos de vez en cuando examinar juicios propios y
ajenos objetivamente? Y es que nuestra apariencia no determina cómo somos en
realidad. Después de todo, Marie Curie era rubia.
Por
último, el sueño. Tampoco fue fácil. Todo lo contrario. ¿El problema? Que tengo
muchos sueños por cumplir. Es lo que tiene ser una soñadora. Y si tuviera que
escoger uno sería vivir en Londres. Me enamoré de la ciudad a primera vista. París
me deslumbró, Roma me impresionó y Milán me pareció divertido. Pero Londres,
con sus calles llenas de vida, su tiempo caprichoso y su gente, me robó el
corazón. Los idiotas la tachan de fría, altiva, gris, mientras que yo la encuentra
única. Y es que no importa que llueva todo el año, que diluvie si hace falta, a
mi me da igual.
Así
que sueño con ella. Una piso en el pintoresco Notting Hill, los viajes en metro,
Oxford Circus, paseos por Hyde Park o en ese bus de dos pisos tan monos, cafés en el Starbucks y tazas de té decentes. Quiero deambular
sin rumbo, perderme en callejones, calarme de agua. ¿Estoy loca? Puede. No sé,
encuentro que hay algo emocionante en todo ello. Subir el volumen de la música
del reproductor, mirar a tu alrededor, y observar a gente a quien no les
importa en absoluta cómo vistas o de dónde vengas. Lo
encuentro liberador. Genial.
Todos
son diferentes, no siguen estúpidas modas, ni critican a la chica que sienta a
su lado en el bus y que lleva el brazo totalmente tatuado. Les da igual. No pierden
el tiempo en esas tonterías. Cada uno va a lo suyo, como hormiguitas, con un
destino claro. Sí, parecen robots, sin vida propia. La verdad es que no sé qué
se siente, pero habrá que probarlo para descubrirlo ¿no? ¡Y yo me ofrezco
voluntaria!
Ya
van dos años seguidos en los que paso algunos días en la capital, y con suerte,
este año me volvéis a tener allí otra vez. Aunque puede que no, ya veremos. Creo que mi madre tiene miedo de que me fugue y no vuelva nunca. La verdad, he de admitir que me lo he planteado. Más de un vez.
Siempre he pensado que
todos nacemos buenos, que nadie es malo por naturaleza. Entonces, ¿por qué la
gente mata? ¿Por qué hay guerras? Será porque creemos que es la única manera de
sobrevivir, o así nos lo han enseñado.
Yo, sin embargo,
después de una historia plagada de batallas, derrotas y muertes, demasiadas, he
aprendido que la violencia no nos lleva a ningún sitio. En realidad, nos hace
perder el tiempo.
Mejor llevarnos bien
que luchar, mejor dialogar que matar, mejor ser ángeles que demonios ¿No nos
enorgullecemos tanto de ser superiores al resto de los animales gracias al uso
de la razón? Seamos superiores, pero usemos la razón para hacer el bien, para
sobrevivir sin dolor ¿No es eso lo qué queremos todos? A veces me parece que
no, que hay demasiado demonio suelto disfrutando al hacer el mal.
Si mi hermano me
pregunta por qué alguien ha matado a 20 niños en EEUU, ¿qué le digo? ¿Qué hay
muchos locos sueltos? ¿Le hablo también de por qué la gente se suicida? ¿Le
tengo que contar que la gente mata por dinero? No puedo, soy incapaz. En
realidad, no sé cómo hacerlo. Prefiero decirle que aquí estás cosas no pasan, que vivimos lejos de todo lo malo. Sí, le miento, le dibujo un mundo diferente, irreal, uno más bonito, uno más seguro. Uno en el que los superhéroes luchan contra el mal, los angelitos protegen a los niños y la magia los rodea.
Viven en su propia
burbuja, protegidos. Demasiado quizá, no voy a negarlo. Pero creo que tienen
derecho a la inocencia, a la ingenuidad ¿no? ¿Cómo quitarles eso cuando sabemos
qué viene después? La realidad de repente te golpea y sin saber cómo, tu
burbuja explota y te das contra el suelo. Y os aseguro que la caída no es nada
agradable.
Por mí que crean en dragones,
en Hogwarts y en el Ratoncito Pérez, que
sueñen lo que les dé la gana, y que sean felices como nunca más lo serán. No
les neguemos eso, a ellos no. Que vivan sin miedos, sin culpa, porque aún no
han hecho nada malo.
Después viene la persona a la que amo. Eso fue difícil.
En mi vida, hay mucha gente importante. Desde mi familia, mis amigas, y ciertas
personas a las que tendría que olvidar, por mi propio bien ¿Pero qué le vamos a
hacer? Muy lista para unas cosas, muy tonta para otras, como siempre me repite
Nerea. Sí, tiene razón, por una vez (¡El resto del tiempo soy yo quien la tiene!)
Bueno, me salté las normas, últimamente lo hago
mucho. ¿Por qué poner una persona, si tengo seis maravillosas a las que no cambiaría por
nada en el mundo? Mi familia. Papá, mamá, Héctor, Ale, Quique y Zito. Somos
muchos, demasiados, pensareis quizá. Pero ellos me hacen más fuerte, están allí
cuando me caigo, y sé qué harían cualquier cosa por mí. ¿Qué más? ¡Ah, sí!
Porque juntos, nos lo pasamos de miedo. Descubrimos el mundo, aprendemos uno de otros, y somos únicos, o eso me gusta pensar. Si es genial tener a una persona siempre de tu lado, imaginaos a seis: el equipo García.
A medida que voy creciendo, me voy dando cuenta de
la suerte que tengo. Muchísima. Cada vez es más común el divorcio, y en medio
siempre están los niños, que son los que más sufren. Sí, los padres rehacen su
vida, forman nuevas familias, pero no es lo mismo. A mí, en cambio, me ha
tocado la lotería con la que tengo. Sí, a veces las cosas se complican, pero
juntos superamos cualquier obstáculo. Somos un conjunto ecléctico y ruidoso,
que no deja a nadie indiferente. Porque si algo hacemos bien, es llamar la
atención, aunque no lo queramos. Es lo que tiene ser tantos. Pero no cambiaría
por nada a estas seis personitas. Por nada en el mundo. Continuará...
Hace unos días, mi profesor de filosofía nos propuso
una actividad para fomentar el hábito del optimismo. ¿Qué tiene que ver con la
materia?, pensareis. Ni idea, pero me pareció interesante. Consistía en recortar
tres círculos de diferentes colores (yo simplemente los pinté) y escribir:
- un recuerdo bonito
- alguien a quién amas
- un sueño
Al principio parece sencillo, hasta que empiezas a
comerte el coco. Sin embargo, al final lo conseguí, no sin esfuerzos. ¿Queréis
que os hable de lo que puse y el por qué?
Como recuerdo bonito escogí Brighton, esa ciudad
costera del sur de Inglaterra en la que esta implacable bloguera estuvo suelta
durante un mes para “perfeccionar” el idioma. Por supuesto, lo mejor no fue
eso, sino el poder hacer lo que me daba la gana. Literalmente. Me levantaba a
las doce, volvía de madrugada y nadie me decía nada. LIBERTAD. Y mis padres tan
tranquilos, pensando que yo estaría recluida como si fuese un convento. No les
dijeron que Brighton era como la fiesta de Inglaterra. Menos mal, o no me
habrían mandado allí ni locos. Escapadas de fin de semana a Londres, veladas en
pubs y mucho Coco Loco.
Ese viaje me cambió. Ya no me tomo la vida tan en
serio, soy más feliz. Esa parte de mí que me impide ser yo misma por culpa de
lo que piensen los demás, ahora es más pequeña. Allí nadie me conocía. Era como
una pizarra en blanco, y yo tenía el rotulador con el que dibujar. Y me dibujé
a mí misma, quien quería ser en realidad. Decía y hacía lo que quería, sin que
nadie me juzgara.
Así que gracias a Fabienne, mi suiza preferida, a
Irene, porque si separadas éramos terremotos, juntas imaginaos, a Letizia, su
desparpajo y su lengua demasiado suelta, a Harun, el ingeniero que aún no era
ingeniero, friki y que nos hacía reír a todos, a Ayşenur, esa turca que hacía
lo que le daba la gana, a Owen, el coreano que decía que sonreía demasiado (yo
le llegué a decir que todos los coreanos eran iguales), a Adrià, una versión de
mí misma, loco por las compras y un histérico (en el buen sentido), Yi-Shan Wu, una
niña en cuerpo de mujer y muchos más. Viví historias inolvidables (mías y de
otros) y me lo pasé en grande.
¿Volveré? No lo creo. Mejor que se quede como lo
recuerdo. El Pier, los noodles, Spanish Place, Preston Park, Patcham. Desordenado,
colorido, con olor a mar. Un lugar increíble, que fue capaz de cambiarme a mí,
la persona más cabezota a la que este mundo tendrá que enfrentarse. ¿Cómo? A
base de felicidad.
En
el mundo existen dos tipos de padres. Por un lado tenemos a los progenitores
que... ¿cómo lo diría? atosigan a sus hijos. Constantemente. Rodean al crío de
algodones, protegiéndolo de todos los males y solucionándole cualquier
problema. Al final, con 30 años, el mocoso sigue viviendo en casita sin saber ni freír un
huevo ¿Para qué? Sí mamá gallina se lo hace todo.
En
el lado opuesto, están mis padres y similares cuyo lema es “que se caigan, que
así aprenden”. También se preocupan, pero nos van dando empujoncitos, para que
salgamos del nido y nos enfrentemos poco a poco a la realidad. Y un día te
marcharás. Entonces, sabrán que han hecho bien su trabajo. Sí,
Jack Sparrow es un pirata, Aladín un ladrón y Shrek un cochino. Todos malos
malísimos, vamos. ¿Los chiquillos tendrían que dejar de ver sus películas?
Bobadas. Son los padres los que educan, y no Mickey Mouse y compañía. Si es que
me parece a mí que los hijos no son los únicos que tienen que crecer.
Puede
comprender que un adulto fume. Lo vive a diario. Largas jornadas laborales,
trabajos agobiantes. Ellos encuentran una vía de escape en el tabaco. No sabe
porqué ni le importa.
Observa impasible a su padre fumarse cajetillas
enteras, y le duele, le duele saber que ese humo gris lo está matando por
dentro. Pero se calla. ¿Qué le va a recriminar? El fumador no es el culpable, es la víctima.
¿Victima de qué? De la vida. De la debilidad humana.
Al
mirarle ahora, sonríe aliviada. Todo ha terminado, aunque su padre sigue
luchando día tras día. Ésta es una guerra para toda la vida y lo sabía, pero
fue fuerte y tomó la decisión sólo, sin que lo presionara. Ella simplemente le
apoyó, cogiéndole la mano en los momentos duros.
Puede comprender que un adulto fume, pero no
entiende por qué lo hacen los niños grandes, por qué su hermano mayor fuma. A
los 16 años, sigo sin entenderlo.
Un periodista , entrevistando al Dalai Lama, le preguntó :
- ¿Qué es lo que más le sorprende de la
humanidad?
- Que se aburren de ser niños y quieren crecer
rápido, para después desear ser niños otra vez. Que desperdician la salud para
hacer dinero y luego pierden el dinero para recuperar la salud. Que ansían el
futuro. Que viven como si nunca fuesen a morir y mueren como si nunca hubieran
vivido - respondió él.
El periodista se quedó en silencio un rato, antes de decir:
- Pero ¿cúales son
la lecciones que debemos aprender?
Con una sonrisa, el Dalai Lama respondió:
- Que no
pueden hacer que nadie los ame, sino dejarse amar, que lo mas valioso en la
vida no es lo que tenemos, sino a quien tenemos, que una persona rica no es
quien tiene más, sino quien necesita menos y que el dinero puede comprar todo
menos la felicidad.Que el físico atrae pero la personalidad enamora. Que
quien no valora lo que tiene, algún día se lamentará por haberlo perdido, y que
quien hace mal algún día recibirá su merecido. Si quieres ser feliz, haz feliz a alguien. Si
quieres recibir, da un poco de ti, rodéate de buenas personas y sé una de
ellas. Recuerda, a veces quien menos esperas es quien te hará vivir las mejores
experiencias. Nunca arruines tu presente por el pasado que no tiene futuro. Una
persona fuerte sabe cómo mantener en orden su vida, aún con lágrimas en los
ojos, se las arregla para decir con una sonrisa: "Estoy bien".
Escribo porque no sé hacer otra cosa. Dejo que mis dedos
bailen sobre el teclado siguiendo la melodía de mis pensamientos. Al final, son
sólo letras negras esparcidas sobre un fondo blanco. Palabras usadas por otros,
que se unen para formar un Todo. Cuando lo leo entero me siento orgullosa. ¿Por
qué avergonzarse de lo que uno siente, de lo que uno piensa? Puede estar mejor
o peor escrito, pero eres tú. Entonces lo guardo con el resto, en el fondo de
mi cajón, esperando que nadie lo lea, que ese texto, que esas frases nunca se
vuelvan contra mí.
La gente es siempre tan sensible, tan susceptible. Todo les
hiere, todo les molesta. Y siempre se quejan. ¿Libertad de expresión? Puede,
pero al final acabamos escribiendo y por lo tanto pensando, lo que los demás
quieren que creamos. Lo que está “bien”. Lo que es “correcto”. ¿Correcto según
quién? ¿Libertad de opinión? ¿Dónde? Si no piensas como la mayoría, se te echan
encima como hooligans.
De opiniones existen tantas como colores hay en el mundo.
Algunas más éticas, otras menos. Pero lo que hace que una opinión sea respetada,
son los argumentos que la respaldan. Y no vale cualquiera. Pido por favor que
se eviten aquellos que translucen odio y rencor ¿Crees que insultando o
menospreciando, la gente te hará más caso? Puede que las masas sí, lo
reconozco. A la gente le encanta todo esa demostración de hostilidad (claro ejemplo, Mourinho, entrenador del Real
Madrid) y si además le añades algo de sarcasmo, los medios ya te llaman ídolo. Pero para mí esos es juego sucio, y da verdadero asco. ¿No sabes hacer otra cosa que fomentar el odio? Déjame decirte que entonces eres un imbécil de los pies a la cabeza.
Segundo argumento a evitar, los que dan pena. ¿Cómo darle
valor a tu opinión si lo único que buscas es compasión? Sólo admito, los que
buscan solidaridad y apoyo. Nada más. Tampoco mientas. No te aproveches de la ingenuidad de otro, eso es rastrero. Ahora viene mi favorito. “Yo tengo
razón porque soy mejor que tú”. Vale, no lo decimos así, pero lo pensamos. Reconocedlo. Ni
siquiera consideramos el juicio del otro, ya que damos directamente el nuestra como
superior. ¿Superior según quién? Nosotros. Si es que al final todo es yo, yo y
yo.
Respira hondo, me digo y piensa dos veces lo que dices, o
mejor dicho lo que escribes. Pero es que ya estoy hasta la coronilla de tanta
tontería y sensiblería, como si fuéramos una panda de mocosos enanos y mandones. Si no te hago caso, es porque no me da la real gana (papá, mamá, esto no va por vosotros) . Si no te
gusta lo que digo, lo que pienso, lo que escribo, simplemente ignórame pero
respeta mi opinión, porque tengo tanto derecho a tener una como tú. Puede que
al final se demuestre que no tenía razón. Entonces me callaré.
Ese es otro tema del que me gustaría hablar, esa horrible
costumbre que tiene la gente de rebatir temas que ya están zanjados. Son ganas
de estrellarse una y otra vez contra una pared. ¿Qué ganas hay de volver a
discutir? Si es que he comprobado que en el fondo las personas no somos capaces
de no reñir, siempre encontramos alguna nimiedad por la que enfadarnos, algo
que no nos parece bien. Somos unos inconformistas y unos pesados ¿Cómo nos soportamos?, me
pregunto y es que a veces yo misma me harto de ser yo.