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viernes, 9 de noviembre de 2012

Princesas de Papel Couché

Como cualquier chica de hoy en día, durante mi niñez me tragué toda la saga de princesas Disney. Desde Cenicienta hasta Ariel, pasando por Blancanieves. Las he visto todas. Y varias veces, mi hermano fue testigo y víctima. Pero es que a mí me encantaban sus historias, ¿qué le íbamos a hacer? La princesa, el príncipe azul, y sobre todo ese “Fueron felices y comieron perdices” final. Y ya está. La historia se quedaba allí, reservando la continuación a tu imaginación infantil.

Entonces creces, y Disney deja de ser tu mundo. Descubres que las princesas de verdad, las de carne y hueso, no son como las de los dibujos. No, no tienen mucho que ver. Sí, sonríen como todas, siempre encantadoras, perfectas a todas horas. Son superestrellas que ni cantan, ni bailan ni actúan. Sólo sonríen. Ese es su trabajo, uno para toda la vida.

Pero a veces, al verlas en la prensa rosa, me parece que no tienen ningún motivo para sonreír, que su vida les viene grande. No se acostumbran a que todo el mundo esté examinándolas constantemente, esperando a que se vengan abajo cual castillo de naipes. Y ellas no dicen nada. No pueden, en realidad. Sólo profieren una sarta de palabras ensayadas, que ni piensan ni sienten. ¿Qué más pueden hacer? Sólo sonreír.

Después de todo, puede que las princesas no estén hechas para la vida real. Las que lo intentan, acaban convirtiéndose en marionetas vacías, acosadas por tabloides sensacionalistas. Una pesadilla, vamos. Y eso, los Grimm, nunca lo contaron. No, no recuerdo haber leído que a Yasmín se la abuchease por la calle, que Mulán acabara estrellada debajo de un puente parisino o que el príncipe engañase a Aurora. Eso prefirieron guardárselo, para no asustarnos. 

¿Pero alguien sabe qué es ser princesa? ¿Qué significa? Yo no. Por eso a veces me pregunto si las princesas existen de verdad, o si las hemos inventado para poder manipular y criticar abiertamente a una persona, o idolatrarla. ¿Quién sabe de lo que es capaz el ser humano? Ser princesa se relaciona con una felicidad absoluta. Una utopía, vamos. La más común de las fantasías aunque falsa, al fin y al cabo. Y todos aspiramos a alcanzarla, como tontos del bote.

Su vida son aviones privados, vestidos de lujo y alfombras rojas. ¿En qué se diferencian Britney y Letizia o Catalina y Angelina? Todas ellas son estrellas mediáticas, que viven del público. Unas con más cara que otras, no voy a decir quién. Se comentan su maquillaje, su figura y cualquier desliz que tengan. Queremos saberlo todo de ellas. Y han elegido estar dónde están, NADIE LAS HA OBLIGADO. Así que no vengan después a llorarnos sus penas, que no se casaron encañonadas por una pistola con el “príncipe azul”. Sabían dónde se metían, pero allá ellas.

Yo, por mi parte, me mantendré alejada de palacio. No es unos de mis sitios favoritos, demasiadas corrientes de aire, seguro. Y algún que otro fantasma rondando por los pasillos. Lo de ser princesa, no me va. Me echarían a la semana. ¿O los echaría yo? No sé, eso de acatar órdenes nunca se me ha dado bien ¿Por qué será? Así que ya tenéis una rival menos, chicas. Mucha suerte a próximas princesas…del papel couché. Cazad y llevaros a la cama al príncipe, pero después sonreíd a la cámara ¡eh! No se os vaya a olvidar. Hasta pronto…

viernes, 19 de octubre de 2012

Las Gallinas y Sus Polluelos

En el mundo existen dos tipos de padres. Por un lado tenemos a los progenitores que... ¿cómo lo diría? atosigan a sus hijos. Constantemente. Rodean al crío de algodones, protegiéndolo de todos los males y solucionándole cualquier problema.  Al final, con 30 años,  el mocoso  sigue viviendo en casita sin saber ni freír un huevo ¿Para qué? Sí mamá gallina se lo hace todo.
En el lado opuesto, están mis padres y similares cuyo lema es “que se caigan, que así aprenden”. También se preocupan, pero nos van dando empujoncitos, para que salgamos del nido y nos enfrentemos poco a poco a la realidad. Y un día te marcharás. Entonces, sabrán que han hecho bien su trabajo.

Sí, Jack Sparrow es un pirata, Aladín un ladrón y Shrek un cochino. Todos malos malísimos, vamos. ¿Los chiquillos tendrían que dejar de ver sus películas? Bobadas. Son los padres los que educan, y no Mickey Mouse y compañía. Si es que me parece a mí que los hijos no son los únicos que tienen que crecer.


lunes, 17 de septiembre de 2012

Soñar Sin Límites


 Como cualquier niña pequeña, antes de cumplir los ocho años, ya había visto todas las películas de Disney. Conocía sus princesas, sus historias, sus canciones. Mientras esos cuentos llenos de finales felices ponían de los nervios a mi hermano, que prefería los dinosaurios, yo los encontraba maravillosos. El príncipe azul, la bella princesa…todo era perfecto. Pero aunque os pueda parecer raro, yo no quería ser una de esas princesas que acababan dando vueltas sobre pistas de baile junto a su príncipe sino que quería ser un hada: una de esas jóvenes (o no tan jóvenes) de una belleza extraordinaria, que sonríen todo el rato y ayudan a los demás (¡Qué filantrópico a sonado!).

Aunque era un sueño extraño para una niña (todas querían ser princesas, veterinarias o peluqueras), tenía buenas razones, o eso al menos pensaba. La primera y la que todos los que tenéis hermanos comprenderán era que quería hacer desaparecer a mi hermano pequeño ¿Por qué? La respuesta es simple: destruía mis construcciones de lego, nos peleábamos, acababa con mis juguetes. La otra, que descubrí más tarde, era que como cualquier niño, yo también deseaba ser libre,  libre para hacer lo que quisiese sin arriesgarme a un castigo. Quería ser libre como los adultos. Me equivocaba, pero esto lo supe más tarde.

Mi deseo iba de la mano de un gran problema. ¿Cómo podía convertirme en un hada? Nadie me había explicado nada y cuando interrogaba a mis padres, ellos cambiaban enseguida de tema. Llegué a mis propias conclusiones: no podían decirte como te convertías en un hada, tenías que descubrirlo por ti misma. Así que comencé a buscar las respuestas a mis preguntas en otras fuentes. En pocos meses, ya había devorado todos los cuentos ilustrados que poseía, y había vuelto a ver esas películas que habían inspirado, sin éxito. Estaba frustrada.

El tiempo pasaba, y poco a poco enterré mi deseo en el fondo de mi memoria, aunque sin olvidarlo. Crecí, me hice mayor, y descubrí la respuesta que los adultos me habían escondido durante tiempo. Una respuesta lógica para ellos, pero difícil de comprender para alguien que sigue teniendo el alma de un niño: la magia no existe.

Años más tarde, comprendí porque me lo habían escondido. Querían que conociese la verdadera libertad, la libertad de soñar sin límites. Lo acepté como otros antes que yo, sin olvidar del todo la niña que soñaba con ser un hada.