¿Cuántas
veces te has dicho que esa sería la última vez? Una promesa, una orden jamás
cumplida. Que no te arrastrarías más, que no volverías jamás. Y vuelves. Ojalá
todo fuese más fácil, te dices. ¿Y si pudiese serlo? Y si la felicidad se
esconde en otra parte.
Nunca
más. Suenas convencida, segura de ti misma, pero cuando chasquea los dedos, te
deshaces en sus brazos. Tú ya no eres tú, eres suya. Juego ridículo, y tú eres
la más estúpida, la que siempre pierde. Te dices que algún día todo irá bien,
que al final funcionará. ¿Cuándo? Espera sentada, no vaya a ser que te caigas
del sueño. Y caerás como has caído tantas veces.
Te
enamoraste, es tu excusa favorita. Desenamórate, pero el amor tenía que doler
dijiste. Eso te habían contado. ¿Y si no es amor? A él no le importas, todo el
mundo lo sabe. Querías tanto vivir una historia de película y todo ha acabado
como una telenovela basura. O peor. Te
sumiste en tu bonito mundo, fuera de cualquier realidad, hasta que está te
explotó en la cara. Como las mejores pompas de chicle, lo salpicó todo.
Ahora
levántate tú sola, mientras que ves como él sigue con su vida. No lo olvidarás,
no cometerás este error otra vez. Fue sólo otro obstáculo en el camino hacia la
felicidad. Pero esta no es la última vez.
Ariel
le dio una última calada al cigarrillo antes de lanzarlo al suelo y pisarlo con
sus viejas Coverse. Volvió a mirar la hora: María llegaba tarde. Otra vez. Se
apoyó contra el muro de piedra, cruzándose de brazos, dispuesta a estrangular a
su hermana en cuanto se le ocurriese salir de la boca del metro.
Se
encontraba en una de las calles más concurridas de la ciudad, una de esas en
las que nadie vive en los edificios, donde solo hay despachos y tiendas que se
pelean por tener el escaparate más vistoso. De esas tiendas en las que nunca la
dejarían entrar, como en esa gilipollez de película de la Roberts. ¿Desde
cuándo las putas se vuelven ricas y tienen un final feliz?
De
repente, salió de una de esas tiendas, justo enfrente de ella, Caro. Vestida
como una estrella de Hollywood, con enormes gafas de sol, y todo. ¡Qué tonta
que soy! No sabéis quien es Caro. Pues Caro es…Caro. No creo que haya nadie
como ella, o al menos eso espero. ¿Por qué? Ahora os lo cuento.
La
reina de nada
Carolina Torres. Un nombre común,
un nombre cualquiera. ¿Quién es?, te preguntarás. Nadie lo sabe con certeza. Su
forma de andar, de mirar a la gente es única. No intenta ocultar lo que es, ni
se molesta en disimularlo. Es rica, por lo que viste y habla como tal. Y te
trata con frialdad y desdén como si tu sola presencia, tu respiración le
hastiase. Parece superior a todos nosotros, o al menos eso te hace creer con
una simple sonrisa.
Cada mañana su chofer la lleva al
colegio en un flamante automóvil con los cristales tintados y aparca justo
delante de la puerta. Entonces, ella se baja, como toda una señorita, y se
despide de él lanzándole un beso. Según las malas lenguas, ella pasa más tiempo
con él que con sus padres.
En las escaleras la esperan Nuria y
Pilar, sus “secuaces”, cada cual más imbécil que la otra, una con su yogurt
desnatado sin azúcar recién comprado, la otra con los libros de la primera
clase. Ella los coge, sin decir ni mu y apenas prueba el desayuno antes de que
acabe en el fondo de la basura.
Al entrar, todo el mundo se queda
callado, embobados con ella. La observan, la examinan en busca de algún error,
de algún cambio: el pelo encrespado, un agujero en las medias o unos ojos sin
maquillar. Pero no. Su melena rubia se balancea hasta la cintura, lleva el
uniforme impoluto y el maquillaje sigue en su sitio. Va perfecta, como siempre.
Pero lo que nadie sabe, es lo que
realmente siente Carolina mientras atraviesa los pasillos, con sus altos
tacones repiqueteando contra las baldosas. No deja de pensar que ha engordado
un kilo, que tiene que comer menos, que se va a volver una foca. Y que todo el
mundo lo está pensando. Que se van a reír y se burlarán. Y por un momento está
a punto de echarse a llorar como una niña pequeña. Pero sigue, sin titubear ni
un sólo instante, como cada día. Sí, para ella ese paseo es como el mismísimo
infierno, aunque nunca lo haya visitado. Seguro que en algo se parece.
Carolina es una alumna de
sobresalientes, aunque algunos se empeñen en tacharla de cabeza hueca. No, esa
melena dorada no tiene ni un pelo de tonta. Pero ¿de qué le sirve? Si cuando
llegan las notas, su padre apenas las mira y le dedica una sonrisa vacía, como
si no le importara. Bueno, es que le da igual.
Sabéis, ella cree sus padres no la
quieren. Y lo peor, es que no se equivoca. Fue criada por un ejército de
niñeras que se ocupaban de ella las 24 horas del día, sin apenas ver a sus
padres.
Hoy en día, Carolina come cada
sábado con su madre, el único día que la ve. Bueno, sólo si su madre no se
olvida. Entonces, su hija espera sentada durante horas, rezando para que el
retraso de su madre se deba al tráfico. La mayoría de veces es que simplemente se
ha marchado al Caribe con sus amigas sin avisar.
La verdad, es que todo el mundo
sabe que María Torres nunca quiso tener hijos. No se le dan especialmente bien,
dice ella. Pero los accidentes existen ¿no? Aunque nadie se atrevería jamás a
decir delante de su hija que ella fue un…imprevisto. Salvo su madre, claro, que
le recuerda en cada una de sus citas cómo sería su vida si no tuviera una hija.
Aunque, en realidad, hace lo que le da la gana, piensa Carolina.
En cuanto al padre, Francisco Torres,
afamado abogado, se pasa el año viajando de una punta a la otra del globo. Y cuando
pasa por casualidad por Barcelona, apenas recuerda que tiene una hija. Si la
ve, la saluda incomodo, charla con ella un par de minutos y se esfuma tan rápido
como ha llegado, seguramente para acabar en la cama de su amante de turno.
No, los padres de Carolina no están
divorciados, y la verdad es que no creo que lo lleguen a hacer ¿Para qué? Ella
se aprovecha del dinero de él, mientras que él se aprovecha de las amistades de
ella, o bien para hacer negocios, o bien para meterse en su cama. Todos están
contentos con la relación. Ya lo sé, no es un cuento de hadas, ni mucho menos,
pero es que para ellos el amor nunca fue lo más importante. Ni lo segundo, ni
lo tercero.
Sin embargo, y por extraño que
parezca, Carolina sí que sueña con hadas madrinas, príncipes azules, y corceles
blancos. Porque sabe que son lo único que la puede salvar de su mundo, un mundo
en el que reina. Ella manda, desde una hermosa habitación en uno de los áticos
más caros de la ciudad. Una habitación enorme, con largos ventanales que dan al mar, una cama doble desde la que se puede contemplar el amanecer; muchas veces
convertida en una cárcel, en una alta torre amurallada a la que nadie puede
acceder.
Quiere que la saquen de allí, que
la rescaten de su propio castillo. Quiere escapar, pero no puede. Sí, desearía
huir, desparecer, marcharse lejos. Sólo sueña con acabar con ese armario lleno de
ropa de marca, reflejo de su infelicidad, con las dietas, con las falsas
sonrisas, con todo ese maquillaje y máscaras que esconden la verdad. Porque se ha dado cuenta de que
está vacía, de que necesita más. Que su mundo no es más que campos de desolación, surcados por ríos salados, salados por las lágrimas que brotan de sus ojos, llenos de grietas, de profundas heridas sin sanar. Sí, ella siempre ha sido la reina, la reina de
todo, o eso ha creído, porque ya no le queda nada, o quizá es que nunca lo ha
habido. La chica de al lado
Clay Jensen, un estudiante de secundaria algo tímido, vuelve a casa desde
la escuela un día y encuentra un paquete anónimo en el porche de su casa.
Al abrirlo, descubre que se trata de una caja de zapatos con siete cintas de
casete grabadas por la fallecida Hannah Baker, su compañera de clase que se
había suicidado recientemente. En éstas, Hannah explica trece razones que
causaron su muerte, trece historias en las que se ven involucradas trece
personas. Las cintas fueron enviadas inicialmente a un compañero de clase con
las instrucciones de pasarlas al siguiente estudiante cuya historia apareciese
en las grabaciones. Todos ellos pensaron que sus acciones eran inofensivas, que
no la afectarían o dejarían una cicatriz en ella. Estaban equivocados. A través
de la narración de audio, Hannah les revela su dolor, que finalmente la condujo
al suicidio.
Opinión Personal:
La verdad, me dio más pena Clay que Hannah. Y me gustó mucho más. No sé por qué. Quizá fue porque
me recordó a un héroe que no llegó a tiempo. Sí, la podría haber salvado, pero
no se atrevió a acercarse a ella, a conocerla, aunque siempre le había llamado
la atención. Y ahora su muerte pesa sobre él. No me pareció justo que Hannah lo
incluyese en las cintas, fue un gesto egoísta o quizá un intento de disculpa, pero él sí que no se merecía saber toda la historia de Hannah, no se merecía tanto sufrimiento. ¡Tendréis que leer el libro para saber por qué Clay también
está en la lista!
A parte de eso el libro me gustó mucho. Te hace ver como un simple rumor (sí,
sólo eso), una simple acción puede tener consecuencias que ni siquiera
podríamos llegar a imaginarnos. Como cambiar una vida, o en este caso acabar con
ella. Esa es la realidad, no hace falta que nos la cuente un libro. Y como en
esta sociedad cada vez somos más individualistas, vivimos en nuestro mundo sin
preocuparnos de los que nos rodean, estas tragedias son inevitables.
Tengo que admitir que las lágrimas se me escaparon varias veces durante
toda la lectura y que estoy ansiosa porque lleven la historia a la gran
pantalla. Seré la primera en ir a verla, os lo aseguro. Muchos os echareis atrás
al saber que no hay historias de amor, ni risas, y es que aparenta lo que es: trece necias
(y eludibles) razones que causaron la muerte de una adolescente. Pero leedlo, de verdad, merece la pena. Gran libro. Gran
historia. Gran, gran chico.
“Soul alone” de Hannah Baker
I meet your eyes you don't even see me
You hardly respond
when I whisper
hello
Could be my soul mate
two kindred spirits
Maybe we're not
I guess we'll never
know
My own mother
you carried me in you
Now you see nothing
but what I wear
People ask you
how I'm doing
You smile and nod
don't let it end
there
Put me
underneath God's sky and
know me
don't just see me with your eyes
Take away
this mask of flesh and bone and
See me
for my soul
alone”
Sinceramente, creo que era para Clay. Así que preparad la caja de pañuelos, porque los vais a necesitar.
No
sé porqué me ha dado últimamente por escribir sobre Reino Unido. Será que lo
echo de menos. Terriblemente. Y es que aunque intento convencerme de lo
contrario, he de admitir que ese mesecito que pasé allí, ha ocupado, sin que pudiese
evitarlo, un sitio en mi corazón. Ya os contaré porqué.
Hoy quería hablaros de una extraña especie que
descubrí durante mi estancia en Inglaterra: las British Baby Barbies (BBB). La
traducción literaria sería Barbies bebés británicas, o algo parecido. ¿Y cómo
las conocí? Tuve que convivir con una.
A
ver, ¿cómo empiezo? La primera vez, que vi a Summer, la chica con la que vivía, pensé que tendría mi edad y no 13 años como me habían dicho. Iba más maquillada
que una puerta, con los ojos bañados en rímel y la cara de un uniforme color
crema, que no pegaba con el resto de su piel más pálida. Salía de casa vestida
con mini falda, cazadora de cuero y Converse. Muy mona, he de reconocer. Pensé
que se iba a cenar fuera, con unas amigas, o quizá al cine. Sin embargo, me
equivocaba. Sólo iba a comprar leche al súper. Sí, a comprar leche. No sé vosotros, pero yo, cuando mi madre me
manda a por el pan, voy con sudadera, tejanos y un moño, y no llevo las
pantuflas, porque no me deja. Bueno, sigamos con mi querida amiga Summy. Al volver, a los 5 minutos, se encerró en su habitación y cuando salió para cenar
ya se había puesto el pijama de la Minnie. Ufff, algo más normal
Al
día siguiente, me levanté pronto y fui al baño. Estaba ocupado. Se estará
duchando, ya volveré después, pensé. Desayuné, me vestí, hice la cama y por fin
cuando ya me estaba desesperando, ella salió. Y me quedé boquiabierta. Por
supuesto, iba pintarrajeada a más no poder y se había puesto el “uniforme” del
colegio, un conjunto que consistía en un polo azul cielo y falda o pantalón negros para las chicas. Bueno
ella llevaba el polo, sí, pero de la falda, ni rastro. Al menos que fuese esa
cinta negra que apenas le tapaba el culo. Bueno, su madre al verla le dirá algo,
me dije, por lo menos que se baje un poco la falda, pero me equivoqué otra vez.
Y encima al salir a la calle, me doy cuenta de que Summer no es una excepción,
es que todas van así. Entonces, me decidí a saber más de ellas, sus gustos y
esas cosas. Y aquí está mi conclusión.
Para
ser una BBB no importa si eres alta, bajita, rubia, morena, escuálida o con
curvas. Sólo tienes que tener entre 10 y 13 años, adorar a Justin Bieber y One
Direction, y tener mucho, pero mucho ego. Te llamas Amy, Kelly, Missi, no
puedes salir de casa sin el pelo planchado y una buena capa de rímel. No has
leído un libro en tu vida, salvo la biografía de One Direction, y sólo ves
programas como X Factor o MTV. Le prestas más atención a tu Blackberry que a
tus padres y te pones a gritar cada vez que tu ídolo sale por la tele (que por
desgracias pasa muchas veces).
Hay
algo más que descubrí cuando entré por primera vez a la habitación de Summer,
algo que me dejó boquiabierta. La niña mimada, encima de tener un cuarto más
grande que el de sus padres, con tele, cama de matrimonio y portátil, tenía las
Hunter, las Uggs y las Vans, más dos armarios (¡DOS!) repletos de ropa de
Abercrombie, Miss Sixteen y Hollister. Pero si vivían en una casucha, en el
quinto pino, casi en el campo. Admito que sentí un poco de envidia, sí, hasta
que recordé aquella frase del anuncio de IKEA “no es más rico el que más tiene,
sino el que menos necesita”. La niña sólo era feliz si tenía ropa de marca y
los zapatos de moda. No tenía nada más. Yo en cambio tenía una gran familia que
me hacía caso, alguien con quien hablar cuando estoy en casa y una habitación
con una gran puesta de sol en la pared. Y soy muy feliz con eso.
Bueno,
ya ha quedado bastante claro por qué las llamo British Baby Barbies o BBB,
aunque pensándolo bien también podrían ser British Baby Bitches, al recordar cómo
se comportaban algunas con los chicos, pegadas a ellos como lapas, pero me
parecen demasiado pequeñas ¿o no? Dejaré que vosotros lo juzguéis, después de
todo sois más imparciales que yo.
Como cualquier niña
pequeña, antes de cumplir los ocho años, ya había visto todas las películas de Disney.
Conocía sus princesas, sus historias, sus canciones. Mientras esos cuentos
llenos de finales felices ponían de los nervios a mi hermano, que prefería los dinosaurios,
yo los encontraba maravillosos. El príncipe azul, la bella princesa…todo era
perfecto. Pero aunque os pueda parecer raro, yo no quería ser una de esas
princesas que acababan dando vueltas sobre pistas de baile junto a su príncipe
sino que quería ser un hada: una de esas jóvenes (o no tan jóvenes) de una
belleza extraordinaria, que sonríen todo el rato y ayudan a los demás (¡Qué
filantrópico a sonado!).
Aunque era un sueño
extraño para una niña (todas querían ser princesas, veterinarias o peluqueras),
tenía buenas razones, o eso al menos pensaba. La primera y la que todos los que
tenéis hermanos comprenderán era que quería hacer desaparecer a mi hermano
pequeño ¿Por qué? La respuesta es simple: destruía mis construcciones de lego,
nos peleábamos, acababa con mis juguetes. La otra, que descubrí más tarde, era
que como cualquier niño, yo también deseaba ser libre, libre para hacer lo que quisiese sin
arriesgarme a un castigo. Quería ser libre como los adultos. Me equivocaba,
pero esto lo supe más tarde.
Mi deseo iba de la mano
de un gran problema. ¿Cómo podía convertirme en un hada? Nadie me había
explicado nada y cuando interrogaba a mis padres, ellos cambiaban enseguida de
tema. Llegué a mis propias conclusiones: no podían decirte como te convertías
en un hada, tenías que descubrirlo por ti misma. Así que comencé a buscar las
respuestas a mis preguntas en otras fuentes. En pocos meses, ya había devorado
todos los cuentos ilustrados que poseía, y había vuelto a ver esas películas que
habían inspirado, sin éxito. Estaba frustrada.
El tiempo pasaba, y poco
a poco enterré mi deseo en el fondo de mi memoria, aunque sin olvidarlo.
Crecí, me hice mayor, y descubrí la respuesta que los adultos me habían
escondido durante tiempo. Una respuesta lógica para ellos, pero difícil de
comprender para alguien que sigue teniendo el alma de un niño: la magia no
existe.
Años más tarde,
comprendí porque me lo habían escondido. Querían que conociese la verdadera
libertad, la libertad de soñar sin límites. Lo acepté como otros antes que yo,
sin olvidar del todo la niña que soñaba con ser un hada.
Puede
comprender que un adulto fume. Lo vive a diario. Largas jornadas laborales,
trabajos agobiantes. Ellos encuentran una vía de escape en el tabaco. No sabe
porqué ni le importa.
Observa impasible a su padre fumarse cajetillas
enteras, y le duele, le duele saber que ese humo gris lo está matando por
dentro. Pero se calla. ¿Qué le va a recriminar? El fumador no es el culpable, es la víctima.
¿Victima de qué? De la vida. De la debilidad humana.
Al
mirarle ahora, sonríe aliviada. Todo ha terminado, aunque su padre sigue
luchando día tras día. Ésta es una guerra para toda la vida y lo sabía, pero
fue fuerte y tomó la decisión sólo, sin que lo presionara. Ella simplemente le
apoyó, cogiéndole la mano en los momentos duros.
Puede comprender que un adulto fume, pero no
entiende por qué lo hacen los niños grandes, por qué su hermano mayor fuma. A
los 16 años, sigo sin entenderlo.
Je m'en allais, les poings dans mes poches crevées; Mon paletot soudain devenait idéal; J'allais sous le ciel, Muse, et j'étais ton féal; Oh! là là! que d'amours splendides j'ai rêvées!
Mon unique culotte avait un large trou.
Petit-Poucet rêveur, j'égrenais dans ma course
Des rimes. Mon auberge était à la Grande-Ourse.
Mes étoiles au ciel avaient un doux frou-frou
Et je les écoutais, assis au bord des routes,
Ces bons soirs de septembre où je sentais des gouttes
De rosée à mon front, comme un vin de vigueur;
Où, rimant au milieu des ombres fantastiques,Comme des lyres, je tirais les élastiques
De mes souliers blessés, un pied près de mon coeur!
Ce n'est pas une adolescente
comme les autres,
Les regards étonnés sont les vôtres.
Ses mouvements sont subtils, silencieux
Elle surprend même les cieux.
Son regard est vif, puissant,
En quelque sorte différent.
Elle marche sûre d'elle-même, Mène une vie de bohème, Fait tout ce qu’elle
veut, Même jouer avec du feu. C’est l’âge des premiers
amours, Elle profite de chaque
jour Sans s’inquiéter, Personne peu l’arrêter.
Elle fait bien cette jeune
fille, Un jour elle sera vielle Et sa vie aura passé Sous ses yeux foncés. Le temps des émotions, D’une existence sans
préoccupations,
Des esprits rebelles, Des amis inconditionnels, Ne reviendra jamais, Laissant place aux âmes
fermées, Aux yeux sans vie, À la mélancolie. Ce n’est qu’un adolescent
courant, Et ces regards jaloux
sont ceux des grands.