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lunes, 20 de mayo de 2013

Volar. Vivir.

 Risas. Gritos. Bailes de caderas, brazos en el aire. Como si no hubiese un mañana, viven hoy, y con eso les basta.

Besos. Abrazos. Vestidos, faldas y tacones. Maquilladas, andan como si fuesen superestrellas. A lo mejor lo son, o lo serán.

Noche. Luces. El bolso en una mano, en la otra la copa. Hablan por los codos, aunque ninguna se entiende. Tampoco es que les importe.

Se lo pasan bien. Bailan bajo los focos ardientes de la pista, al ritmo de la música, sin darse cuenta de que son el centro de la fiesta, de cómo todo el mundo las observa. Les da igual. Ellas están ahí para olvidar. Al estúpido jefe de turno, al novio que se ha largado con la secretaria, a la imposible compañera de piso, a la madre que no deja de incordiar.

Lo tienen todo, pero sienten que no les queda nada. Quizá sólo sea el cansancio, quizá sea verdad. Quieren vivir, y ya no saben cómo. Por eso han salido a bailar hasta el amanecer, a emborracharse hasta no recordar nada.

Ahí, bajo un cielo sin estrellas, son libres. No hay quejas, preguntas, ni silencios incómodos. No existe el pasado, ni siquiera el futuro. Nada, sólo ellas por esta vez.

Volar. Vivir. Reírse a carcajadas, llorar de felicidad. Pasean por las calles, viejas y sabias, mientras el sol empieza a iluminar el asfalto.

Abrazos. Despedidas. ¿Cuándo se volverán a ver?, se preguntan antes de quedarse dormidas.

Sueños. Esperanza. Deseos de libertad, miedos infantiles. El sol está en lo más alto, y ellas vuelven a su cautiverio, a sus cadenas invisibles. ¿Qué ataduras? El día a día. La rutina, la normalidad.

Y es que ¿somos realmente libres? Quizá sí, quizá no, quizá sólo en sueños. 



jueves, 7 de febrero de 2013

Optimismo III - Un Sueño


Por último, el sueño. Tampoco fue fácil. Todo lo contrario. ¿El problema? Que tengo muchos sueños por cumplir. Es lo que tiene ser una soñadora. Y si tuviera que escoger uno sería vivir en Londres. Me enamoré de la ciudad a primera vista. París me deslumbró, Roma me impresionó y Milán me pareció divertido. Pero Londres, con sus calles llenas de vida, su tiempo caprichoso y su gente, me robó el corazón. Los idiotas la tachan de fría, altiva, gris, mientras que yo la encuentra única. Y es que no importa que llueva todo el año, que diluvie si hace falta, a mi me da igual.  

Así que sueño con ella. Una piso en el pintoresco Notting Hill, los viajes en metro, Oxford Circus, paseos por Hyde Park o en ese bus de dos pisos tan monos, cafés en el Starbucks y tazas de té decentes. Quiero deambular sin rumbo, perderme en callejones, calarme de agua. ¿Estoy loca? Puede. No sé, encuentro que hay algo emocionante en todo ello. Subir el volumen de la música del reproductor, mirar a tu alrededor, y observar a gente a quien no les importa en absoluta cómo vistas o de dónde vengas. Lo encuentro liberador. Genial. 

Todos son diferentes, no siguen estúpidas modas, ni critican a la chica que sienta a su lado en el bus y que lleva el brazo totalmente tatuado. Les da igual. No pierden el tiempo en esas tonterías. Cada uno va a lo suyo, como hormiguitas, con un destino claro. Sí, parecen robots, sin vida propia. La verdad es que no sé qué se siente, pero habrá que probarlo para descubrirlo ¿no? ¡Y yo me ofrezco voluntaria!

Ya van dos años seguidos en los que paso algunos días en la capital, y con suerte, este año me volvéis a tener allí otra vez. Aunque puede que no, ya veremos. Creo que mi madre tiene miedo de que me fugue y no vuelva nunca. La verdad, he de admitir que me lo he planteado. Más de un vez.

viernes, 28 de diciembre de 2012

Soñadora compulsiva

A veces me pasa que estoy pensando (suelo hacerlo más de lo que me conviene) y mi mente se pierde en las nubes, en otros mundos. Siempre me lo han dicho. Y en esos momentos de paz, mis pensamientos vagan sin rumbo, en libertad. Y en algunas ocasiones, me encuentro soñando cosas de lo más extrañas.


Por ejemplo el otro día, mientras me despertaba, ocurrió lo siguiente. Yo estaba tan tranquila, abrazando mi almohada y preguntándome qué hora sería, luchando por abrir los ojos. Estaba justo en ese momento en que ya no estás dormida, pero tampoco quieres levantarte. Y en es mismo instante, mi mente ...yo que sé. Sólo recuerdo, que de repente me imaginé desayunando en uno de esos acogedores cafés de París, observando a través de la ventana a los transeúntes ir de un lado para otro.

¿París? ¿Por qué París? Mi debilidad siempre ha sido Londres. Pero no, estaba definitivamente en París. Y la verdad es que era bastante feliz, o al menos así me sentía. Bueno, allí se acabó el sueño. Mi padre decidió que era hora de ponerse en marcha y me quitó mi edredón. Y por si no os lo había dicho nunca, mi habitación tiene mucho en común con Siberia. A veces por las noches, hasta puedes oír como entra el viento helado. Así que no tuve más remedio que bajar y desayunar.

Mientras veía Doraemon, me entró un impulso y empecé a buscar universidades en París como si me fuese la vida en ello. Así, una mañana como otra, en plena Navidad. Y se me pasaron las horas, leyendo cosas sobre la ciudad, tomando decisiones. De un día para otro había cambiado mi futuro. Ya no quería oír hablar de quedarme en Barcelona, y ni muchos de entrar en la universidad en la que siempre había querido estudiar.  Todos mis planes desaparecieron ante esta nueva idea.

¿Por qué no hacerlo? Estoy segura de que puedo conseguirlo y de que por lo menos puedo convencer a mi padre (mi madre es harina de otro costal). ¿Es muy descabellado? Nunca me había planteado irme de casa a los 18, pero la gente lo hace ¿Por qué no yo? Siempre me he sentido un poco atada, y la oportunidad de ser libre lo antes posible me resulta muy atractiva y terriblemente excitante.

Y es que nunca he comprendido a la gente que quiere quedarse en el sitio dónde ha vivido toda la vida, convencida de que no hay nada mejor. ¿Cómo saberlo si aún no has descubierto el mundo? Posiblemente, ni siquiera han salido de España, o Europa. Y yo, que sí que he tenido la oportunidad de viajar un poco, siempre he pensado que no he visto nada de nada. Por eso tengo esta obsesión de salir, de pasarme la vida yendo de una punta a la otra del planeta. Es como una inquietud, una especie de necesidad que no puedo ignorar. Y tampoco quiero. Por ahora empezaré por Paris, después Londres y después…bueno, el mundo. Quizá Brasil, o mejor Sídney. Aún no lo sé, pero yo no voy a quedarme quieta, ni hablar.  

Y de repente algo que parecía un inofensivo producto de mi imaginación, se convierte en un objetivo, un sueño que cumplir. Un día sin más, decido cambiar mi futuro. Y eso me da miedo, el hecho de ser tan impulsiva. No creo que sea muy bueno, pero ¿qué le vamos a hacer? Me gusta soñar, pero por encima de todo me gusta cumplir mis sueños. ¿A quién no?

Pd: ¿Qué tal las Navidades? ¿Las habéis pasado bien?