Como cualquier niña
pequeña, antes de cumplir los ocho años, ya había visto todas las películas de Disney.
Conocía sus princesas, sus historias, sus canciones. Mientras esos cuentos
llenos de finales felices ponían de los nervios a mi hermano, que prefería los dinosaurios,
yo los encontraba maravillosos. El príncipe azul, la bella princesa…todo era
perfecto. Pero aunque os pueda parecer raro, yo no quería ser una de esas
princesas que acababan dando vueltas sobre pistas de baile junto a su príncipe
sino que quería ser un hada: una de esas jóvenes (o no tan jóvenes) de una
belleza extraordinaria, que sonríen todo el rato y ayudan a los demás (¡Qué
filantrópico a sonado!).
Aunque era un sueño
extraño para una niña (todas querían ser princesas, veterinarias o peluqueras),
tenía buenas razones, o eso al menos pensaba. La primera y la que todos los que
tenéis hermanos comprenderán era que quería hacer desaparecer a mi hermano
pequeño ¿Por qué? La respuesta es simple: destruía mis construcciones de lego,
nos peleábamos, acababa con mis juguetes. La otra, que descubrí más tarde, era
que como cualquier niño, yo también deseaba ser libre, libre para hacer lo que quisiese sin
arriesgarme a un castigo. Quería ser libre como los adultos. Me equivocaba,
pero esto lo supe más tarde.
Mi deseo iba de la mano
de un gran problema. ¿Cómo podía convertirme en un hada? Nadie me había
explicado nada y cuando interrogaba a mis padres, ellos cambiaban enseguida de
tema. Llegué a mis propias conclusiones: no podían decirte como te convertías
en un hada, tenías que descubrirlo por ti misma. Así que comencé a buscar las
respuestas a mis preguntas en otras fuentes. En pocos meses, ya había devorado
todos los cuentos ilustrados que poseía, y había vuelto a ver esas películas que
habían inspirado, sin éxito. Estaba frustrada.
El tiempo pasaba, y poco
a poco enterré mi deseo en el fondo de mi memoria, aunque sin olvidarlo.
Crecí, me hice mayor, y descubrí la respuesta que los adultos me habían
escondido durante tiempo. Una respuesta lógica para ellos, pero difícil de
comprender para alguien que sigue teniendo el alma de un niño: la magia no
existe.
Años más tarde,
comprendí porque me lo habían escondido. Querían que conociese la verdadera
libertad, la libertad de soñar sin límites. Lo acepté como otros antes que yo,
sin olvidar del todo la niña que soñaba con ser un hada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario