Recuerda
el pasado, pero no vivas en él. Ojalá por una vez me equivocase, ojalá todo fuese tan fácil.
Pero tampoco se vive del ojalá. Sale demasiado barato en una vida tan cara.
Sin
embargo, se ve que mi yo interior (o como se llame) nunca ha estado por la
labor. ¿Por qué a veces soy tan dramática al escribir? Más contradictoria
imposible. Supongo que es otra parte de mi personalidad, otra de las que me
hacen particular. Ser como soy.
Como
hoy. Sol brillante, temperaturas en alza
y el frío que se aleja. Todos sonrientes mientras se deshacen de abrigos y
bufandas. Y yo, contracorriente, de repente me enfado con el mundo. ¿Qué le
pasa ahora? ¿Y mis nubarrones? ¿Y ese viento que al soplar te deja helada? ¿Y
la maldita lluvia? Hasta que recuerdo donde estoy. De eso, en Barcelona, no
conocemos. O por lo menos, lo olvidamos. Porque aquí el sol sale aunque se
caiga el cielo.
Inglaterra.
Un nombre, un lugar. Una grieta en el corazón. Momentos pasados, instantes de
pura felicidad. Libertad. Y me doy cuenta de que no sólo echo de menos la
lluvia, sino todo lo que dejo atrás cada vez que me voy. Verde. Pueblos de
cuentos de hadas. Aire fresco y tardes en el parque. Calles irregulares. Librerías
polvorientas. Paseos en bicicleta y asaltos a la pastelería. Dejo de soñar despierta, porque la realidad a veces supera la ficción. Más dulce, más brillante. Verdadera, al fin y al cabo.
Y
en un arranque de falso positivismo, borro la sombra de sonrisa que se había
dibujado en mis labios. Me digo que volveré, que ese día está a la vuelta de la
esquina. Que volveré a esa rutina que adoro. Que volveré a sentirme yo. Y es
que cada vez que estoy allí, siento que se desprende un pedacito de mí, a la
espera de que vuelva pronto a recogerlo.
No
te hundas en la marea de recuerdos alegres, porque cada vez que lo haces,
pierdes parte de la felicidad que te has ganado. Y ésta huye despavorida en cuanto la dejas escapar. No espera a nadie. Así que que haz del presente tu mejor recuerdo.
En
esos días en los que me siento aplastada por una pila inhumana de resúmenes y
nada sale como quiero, mi mente se dedica a elaborar los mejores sueños. ¿El
tema de esta vez? El viaje perfecto.
El
momento en el que el avión despega, deja de tocar el suelo, la forma en la que
atraviesa las nubes, hechas de delicado algodón, el azul del mar y del cielo,
las ciudades de luz a medianoche, esa sensación de estar flotando. Todo empieza
allí. Y sólo por estar en el aire, ya acaricias la libertad.
Vía
de escape. A cualquier hora, sin un plan determinado. Sólo necesitas un billete
y ganas de cambiar, de descubrir lo que hay allí fuera. Más allá del horizonte,
del miedo a lo nuevo, donde cosas increíbles llegan a ocurrir. Así que mi mente decidió pasearse por esos
momentos, los que hacen inolvidables un viaje, y ya de paso crear nuevos.
Soñadora compulsiva, mi mejor defecto, y no me arrepiento.
Sí, podríamos imaginar cientos de fantásticos
viajes, desde un safari por África hasta
un par de semanas tirada en las playas tailandesas, pero seamos sinceros:
siempre está ese viaje de ensueño que hemos planeado al detalle. Y yo he tenido
unos cuantos. Desde visitar al Papá Noel en Laponia, cuando tenía 4 años (sueño
cumplido a los 10, pero con la misma ilusión) hasta pasear bajo la fría lluvia
de Londres (mi niña mimada). Así que durante una tarde gris y nubosa, mientras
yo me comía el coco con las incomprensibles opiniones de filósofos griegos, mi
imaginación despertó, dispuesta a echar a volar.
Sudamérica.
Excitante, colores vibrantes, llena de ese ruido que te hace sentir viva,
alegre, impactante, donde la gente parece que ve la vida de otra forma, listos
para disfrutar cada día, sin importar lo que depare el mañana. Sin miedo,
saboreando cada instante de la vida.
Argentina.
Primero, porque en mi opinión, nadie habla mejor el español que ellos. La
música, la pasión, en cada palabra que pronuncian. Ya sólo por eso, este país
me tiene enamorada. Pero la aventura debe seguir. Bajar hasta la Patagonia,
hasta que lo único que me rodee sea el hielo, el aliento gélido del aire
acariciando mis mejillas, sentirme sola y respirar hondo. Dar un paseo en tren
por la Pampa, con la nariz pegada a la ventana y los ojos bien abiertos. Bailar
un tango en Buenos Aires (primero tendría que aprender, pero eso es solo un
pequeño inconveniente, nada por lo que preocuparse) y comer carne a la parrilla
con toneladas de salsa chimichurri, hasta que mi estómago no pueda más. Papá
estaría encantado con este plan, toda actividad que implique una mesa, carne y
una buena botella de tinto tiene inmediatamente su aprobación.
Siguiente
parada: Brasil. Y si algún día voy, será en febrero, sólo para ir al Carnaval
de Río y bailar samba hasta que me quede sin zapatos. Bueno, siempre puedo
seguir bailando descalza, en medio de sonrisas y con los brazos alzados al
cielo. Felicidad en estado puro. Beber una caipiriña mientras me tuesto bajo el
sol de la playa de Copacabana y cotilleo de todo y de nada o leo un buen libro,
de esos que solo te puedes permitir en vacaciones. Adéntrame en la selva
amazónica, a lo Indiana Jones, aunque no sea una buena idea. Ya sabéis, los
bichos y yo, nunca hemos tenido la mejor de las relaciones. Un paseo en canoa
por el río y un suspiro delante de las cataratas de Iguazú.
Y
si aún me quedasen fuerzas, cogería un avión y me plantaría en Machu Picchu,
dispuesta a empacharme de comida peruana y a sentir la libertad en mis
pulmones, la cara bañada de luz y gritar a la nada en la cima de esas montañas
y verdes valles, del mundo
Una
aventura increíble ¿verdad? E imposible de cumplir a menos que seas millonario,
pero como siempre digo, dispuestos a soñar, mejor soñar en grande ¿no?
Ríe
a carcajadas, hasta que te duela. Hasta que caigas al suelo, hasta que tus ojos
se empañen.
Baila,
aunque la música no suene. Descalza, bajo la lluvia, delante del espejo. Hasta
que tus pies no puedan más, hasta que te quedes sin aliento.
Salta,
lo más alto que llegues. Con los brazos alzados y los dedos estirados. Y es que
dicen que el cielo no es el límite.
Sonríe,
por todos esos momentos inolvidables, por todas esas personas irremplazables.
Sonríe aunque ya no te apetezca, aunque estés cansada porque las sonrisas nunca
son demasiadas y siempre iluminan el mundo.
Y
es que un día, sin saber cómo, ya no podrás hacer nada por cambiar el pasado.
Así que ríe, baila y salta. Busca tu propia felicidad, sueña en grande y cumple
deseos. Vive tu vida.
A
veces me pasa que estoy pensando (suelo hacerlo más de lo que me conviene) y mi
mente se pierde en las nubes, en otros mundos. Siempre me lo han dicho. Y en
esos momentos de paz, mis pensamientos vagan sin rumbo, en libertad. Y en
algunas ocasiones, me encuentro soñando cosas de lo más extrañas.
Por
ejemplo el otro día, mientras me despertaba, ocurrió lo siguiente. Yo estaba tan tranquila,
abrazando mi almohada y preguntándome qué hora sería, luchando por abrir los
ojos. Estaba justo en ese momento en que ya no estás dormida, pero tampoco
quieres levantarte. Y en es mismo instante, mi mente ...yo que sé. Sólo
recuerdo, que de repente me imaginé desayunando en uno de esos acogedores cafés
de París, observando a través de la ventana a los transeúntes ir de un lado para otro.
¿París?
¿Por qué París? Mi debilidad siempre ha sido Londres. Pero no, estaba definitivamente
en París. Y la verdad es que era bastante feliz, o al menos así me sentía.
Bueno, allí se acabó el sueño. Mi padre decidió que era hora de ponerse en marcha y me
quitó mi edredón. Y por si no os lo había dicho nunca, mi habitación tiene mucho
en común con Siberia. A veces por las noches, hasta puedes oír como entra el
viento helado. Así que no tuve más remedio que bajar y desayunar.
Mientras
veía Doraemon, me entró un impulso y empecé a buscar universidades en París como si me fuese la vida en ello.
Así, una mañana como otra, en plena Navidad. Y se me pasaron las horas,
leyendo cosas sobre la ciudad, tomando decisiones. De un día para otro había cambiado mi futuro. Ya no quería oír hablar de quedarme en Barcelona, y
ni muchos de entrar en la universidad en la que siempre había querido estudiar. Todos mis planes desaparecieron ante esta
nueva idea.
¿Por
qué no hacerlo? Estoy segura de que puedo conseguirlo y de que por lo menos
puedo convencer a mi padre (mi madre es harina de otro costal). ¿Es muy
descabellado? Nunca me había planteado irme de casa a los 18, pero la gente lo
hace ¿Por qué no yo? Siempre me he sentido un poco atada, y la oportunidad de
ser libre lo antes posible me resulta muy atractiva y terriblemente excitante.
Y
es que nunca he comprendido a la gente que quiere quedarse en el sitio dónde ha
vivido toda la vida, convencida de que no hay nada mejor. ¿Cómo saberlo si aún no has descubierto el mundo? Posiblemente, ni siquiera han salido de España, o
Europa. Y yo, que sí que he tenido la oportunidad de viajar un poco, siempre he
pensado que no he visto nada de nada. Por
eso tengo esta obsesión de salir, de pasarme la vida yendo de una punta a la
otra del planeta. Es como una inquietud, una especie de necesidad que no puedo
ignorar. Y tampoco quiero. Por ahora empezaré por Paris, después Londres y
después…bueno, el mundo. Quizá Brasil, o mejor Sídney. Aún no lo sé, pero yo no
voy a quedarme quieta, ni hablar.
Y
de repente algo que parecía un inofensivo producto de mi imaginación, se convierte
en un objetivo, un sueño que cumplir. Un día sin más, decido cambiar mi futuro.
Y eso me da miedo, el hecho de ser tan impulsiva. No creo que sea muy bueno,
pero ¿qué le vamos a hacer? Me gusta soñar, pero por encima de todo me gusta cumplir
mis sueños. ¿A quién no?
Pd: ¿Qué tal las Navidades? ¿Las habéis pasado bien?
Como cualquier niña
pequeña, antes de cumplir los ocho años, ya había visto todas las películas de Disney.
Conocía sus princesas, sus historias, sus canciones. Mientras esos cuentos
llenos de finales felices ponían de los nervios a mi hermano, que prefería los dinosaurios,
yo los encontraba maravillosos. El príncipe azul, la bella princesa…todo era
perfecto. Pero aunque os pueda parecer raro, yo no quería ser una de esas
princesas que acababan dando vueltas sobre pistas de baile junto a su príncipe
sino que quería ser un hada: una de esas jóvenes (o no tan jóvenes) de una
belleza extraordinaria, que sonríen todo el rato y ayudan a los demás (¡Qué
filantrópico a sonado!).
Aunque era un sueño
extraño para una niña (todas querían ser princesas, veterinarias o peluqueras),
tenía buenas razones, o eso al menos pensaba. La primera y la que todos los que
tenéis hermanos comprenderán era que quería hacer desaparecer a mi hermano
pequeño ¿Por qué? La respuesta es simple: destruía mis construcciones de lego,
nos peleábamos, acababa con mis juguetes. La otra, que descubrí más tarde, era
que como cualquier niño, yo también deseaba ser libre, libre para hacer lo que quisiese sin
arriesgarme a un castigo. Quería ser libre como los adultos. Me equivocaba,
pero esto lo supe más tarde.
Mi deseo iba de la mano
de un gran problema. ¿Cómo podía convertirme en un hada? Nadie me había
explicado nada y cuando interrogaba a mis padres, ellos cambiaban enseguida de
tema. Llegué a mis propias conclusiones: no podían decirte como te convertías
en un hada, tenías que descubrirlo por ti misma. Así que comencé a buscar las
respuestas a mis preguntas en otras fuentes. En pocos meses, ya había devorado
todos los cuentos ilustrados que poseía, y había vuelto a ver esas películas que
habían inspirado, sin éxito. Estaba frustrada.
El tiempo pasaba, y poco
a poco enterré mi deseo en el fondo de mi memoria, aunque sin olvidarlo.
Crecí, me hice mayor, y descubrí la respuesta que los adultos me habían
escondido durante tiempo. Una respuesta lógica para ellos, pero difícil de
comprender para alguien que sigue teniendo el alma de un niño: la magia no
existe.
Años más tarde,
comprendí porque me lo habían escondido. Querían que conociese la verdadera
libertad, la libertad de soñar sin límites. Lo acepté como otros antes que yo,
sin olvidar del todo la niña que soñaba con ser un hada.