En
el mundo existen dos tipos de padres. Por un lado tenemos a los progenitores
que... ¿cómo lo diría? atosigan a sus hijos. Constantemente. Rodean al crío de
algodones, protegiéndolo de todos los males y solucionándole cualquier
problema. Al final, con 30 años, el mocoso sigue viviendo en casita sin saber ni freír un
huevo ¿Para qué? Sí mamá gallina se lo hace todo.
En
el lado opuesto, están mis padres y similares cuyo lema es “que se caigan, que
así aprenden”. También se preocupan, pero nos van dando empujoncitos, para que
salgamos del nido y nos enfrentemos poco a poco a la realidad. Y un día te
marcharás. Entonces, sabrán que han hecho bien su trabajo. Sí,
Jack Sparrow es un pirata, Aladín un ladrón y Shrek un cochino. Todos malos
malísimos, vamos. ¿Los chiquillos tendrían que dejar de ver sus películas?
Bobadas. Son los padres los que educan, y no Mickey Mouse y compañía. Si es que
me parece a mí que los hijos no son los únicos que tienen que crecer.
No
sé porqué me ha dado últimamente por escribir sobre Reino Unido. Será que lo
echo de menos. Terriblemente. Y es que aunque intento convencerme de lo
contrario, he de admitir que ese mesecito que pasé allí, ha ocupado, sin que pudiese
evitarlo, un sitio en mi corazón. Ya os contaré porqué.
Hoy quería hablaros de una extraña especie que
descubrí durante mi estancia en Inglaterra: las British Baby Barbies (BBB). La
traducción literaria sería Barbies bebés británicas, o algo parecido. ¿Y cómo
las conocí? Tuve que convivir con una.
A
ver, ¿cómo empiezo? La primera vez, que vi a Summer, la chica con la que vivía, pensé que tendría mi edad y no 13 años como me habían dicho. Iba más maquillada
que una puerta, con los ojos bañados en rímel y la cara de un uniforme color
crema, que no pegaba con el resto de su piel más pálida. Salía de casa vestida
con mini falda, cazadora de cuero y Converse. Muy mona, he de reconocer. Pensé
que se iba a cenar fuera, con unas amigas, o quizá al cine. Sin embargo, me
equivocaba. Sólo iba a comprar leche al súper. Sí, a comprar leche. No sé vosotros, pero yo, cuando mi madre me
manda a por el pan, voy con sudadera, tejanos y un moño, y no llevo las
pantuflas, porque no me deja. Bueno, sigamos con mi querida amiga Summy. Al volver, a los 5 minutos, se encerró en su habitación y cuando salió para cenar
ya se había puesto el pijama de la Minnie. Ufff, algo más normal
Al
día siguiente, me levanté pronto y fui al baño. Estaba ocupado. Se estará
duchando, ya volveré después, pensé. Desayuné, me vestí, hice la cama y por fin
cuando ya me estaba desesperando, ella salió. Y me quedé boquiabierta. Por
supuesto, iba pintarrajeada a más no poder y se había puesto el “uniforme” del
colegio, un conjunto que consistía en un polo azul cielo y falda o pantalón negros para las chicas. Bueno
ella llevaba el polo, sí, pero de la falda, ni rastro. Al menos que fuese esa
cinta negra que apenas le tapaba el culo. Bueno, su madre al verla le dirá algo,
me dije, por lo menos que se baje un poco la falda, pero me equivoqué otra vez.
Y encima al salir a la calle, me doy cuenta de que Summer no es una excepción,
es que todas van así. Entonces, me decidí a saber más de ellas, sus gustos y
esas cosas. Y aquí está mi conclusión.
Para
ser una BBB no importa si eres alta, bajita, rubia, morena, escuálida o con
curvas. Sólo tienes que tener entre 10 y 13 años, adorar a Justin Bieber y One
Direction, y tener mucho, pero mucho ego. Te llamas Amy, Kelly, Missi, no
puedes salir de casa sin el pelo planchado y una buena capa de rímel. No has
leído un libro en tu vida, salvo la biografía de One Direction, y sólo ves
programas como X Factor o MTV. Le prestas más atención a tu Blackberry que a
tus padres y te pones a gritar cada vez que tu ídolo sale por la tele (que por
desgracias pasa muchas veces).
Hay
algo más que descubrí cuando entré por primera vez a la habitación de Summer,
algo que me dejó boquiabierta. La niña mimada, encima de tener un cuarto más
grande que el de sus padres, con tele, cama de matrimonio y portátil, tenía las
Hunter, las Uggs y las Vans, más dos armarios (¡DOS!) repletos de ropa de
Abercrombie, Miss Sixteen y Hollister. Pero si vivían en una casucha, en el
quinto pino, casi en el campo. Admito que sentí un poco de envidia, sí, hasta
que recordé aquella frase del anuncio de IKEA “no es más rico el que más tiene,
sino el que menos necesita”. La niña sólo era feliz si tenía ropa de marca y
los zapatos de moda. No tenía nada más. Yo en cambio tenía una gran familia que
me hacía caso, alguien con quien hablar cuando estoy en casa y una habitación
con una gran puesta de sol en la pared. Y soy muy feliz con eso.
Bueno,
ya ha quedado bastante claro por qué las llamo British Baby Barbies o BBB,
aunque pensándolo bien también podrían ser British Baby Bitches, al recordar cómo
se comportaban algunas con los chicos, pegadas a ellos como lapas, pero me
parecen demasiado pequeñas ¿o no? Dejaré que vosotros lo juzguéis, después de
todo sois más imparciales que yo.
Durante
mucho tiempo quise ser perfecta. La hija perfecta, la alumna intachable, la
mejor amiga para mis amigas, una hermana ideal (eso me costó más, ¿por qué será?). Bueno, pues como suele pasar en estos casos, acabé viniéndome abajo.
No me acuerdo ni cuándo ni cómo. Un día me desperté, y me di cuenta de que no
podía contentar a todo el mundo. Y por fin lo supe. Lo primero es mi felicidad, y no la de los
demás. Suena terriblemente egoísta, lo sé, pero es que soy una
persona horrible ¿no? A veces llego a pensarque sí.
Qué
dramática me he puesto de repente. Eso me pasa por ver tanta televisión,
seguro. ¿Por dónde iba? ¡Ah, sí! Lo de no ser perfecta ¿verdad? Y cómo no lo
soy, no le puede gustar a todos. Ya lo he asumido, después de muchos tropiezos y deslices. Hago chirriar los dientes. Lo que no comprendo es esa
fijación que tiene la gente por hacer daño a los demás, hiriéndolos
constantemente. Y eso sí que no lo soporto.
Me
gusta la música de Taylor Swift y de Adele, mi habitación es rosa y creo en los
cuentos de hadas ¿Soy cursi por ello? Pues sí, lo reconozco. ¿Es algo malo? No
estoy de acuerdo. ¿Me hacen peor persona las canciones de amor, el rosa y los
finales felices? ¡NO! Así que respeta
mis gustos. Si no los tragas te muerdes la lengua, porque no creo haberte
pedido tu opinión ¿verdad?
No
menosprecies lo que no te gusta, ni digas que es peor, porque no tienes ni puta
idea. ¿Veis? Ya me he cabreado. Porque no hay nada que odie más que las personas que se creen superiores a las demás. Arrogantes, petulantes e imbéciles. De los pies a la cabeza. Al igual que yo no soy perfecta, tú tampoco.
Sólo que, a diferencia de ti, me gusta encontrar mi felicidad haciendo las
cosas que me gustan y pensando en positivo. Pero bueno, no me voy a meter con
la forma en la que viven su vida algunas personas, a ver si van a pensar que les
estoy criticando (que lo estaría haciendo). No me gustaría herir sentimientos.
Aunque hay gente que se lo merece de verdad, que necesita que le den un puñetazo
en la cara para despertar -quiero dejar claro que no suelo ser una persona
agresiva, así que no llaméis aún a la poli. No sois el centro del mundo, joder, por mucho que lo deseéis.
Un
consejo a los que no forméis parte de esos matones psicológicos que os dé igual lo que piensen los demás y si os afecta, haced lo
posible por ocultarlo. Son como buitres, siempre vigilando a su víctima. Te atacan dónde saben que más te
duele. Así que dedícales tu mejor sonrisa, para que se traguen sus palabras.
Porqué aunque no seas perfecto, eso no quiere decir que no valgas nada. Vales
mucho, más de lo que tú crees, más de lo que otros creen. No les hagas caso. Al
fin y al cabo, lo que los demás piensan de ti, no es tu problema, sino el suyo.
Sólo escucha las opiniones de la gente que te importa, y sobre todo no olvides
ser feliz. Porque si tú eres feliz, harás feliz a mucha otra gente.
Ya
termino. Me he puesto muy sentimental al final ¿verdad? Se me han puesto los
ojos vidriosos y todo. Y es que es en estos momentos en los que me doy cuenta
de lo injusto que es el mundo a veces. Aunque nosotros también somos injustos con nosotros mismos, muy duros, quizá. Así que recordad siempre: “Tú eres buena,
tú eres lista, tú eres importante” - Señoras y Criadas. Hasta otro día, (muy pronto espero).
¿Tenemos
un precio? Seguro que todo el mundo se ha hecho esta pregunta alguna vez en su
vida. Y como esta noche tengo ganas de filosofar y de soltar unas cuantas
verdades, hoy hablaré de ello. No pretendo convertirme en Sócrates, ni ganas
que tengo. Siempre he creído que soy muy capaz de vivir mi propia vida, sin que
un tío que murió hace más de 2000 años me diga como tengo que hacerlo. Lo único
que quiero es desenmascarar la falsa moralidad que reina en la sociedad.
Cuántas
veces hemos oído en las noticias casos de corrupción de políticos, jueces...
manipular algunos papeles, hacer favores a amigotes o malversar fondos son
titulares todas las mañanas en la prensa. Todo por un buen puñado de euros. ¿Quién
se podría resistir? No muchos, seguramente, aunque todos decimos siempre que
no, que nunca lo haríamos ¿seguro? ¿Podríamos resistir la tentación? No lo sé.
“Los hombres son pervertidos no tanto por la riqueza como por el afán de
riqueza.” dijo una vez un filósofo francés.
Aunque
lo negamos, muchas veces ponemos los intereses económicos por encima de las
personas. ¿Pero alguna vez se ha hecho esto? ¿Poner un precio a una persona?
Sí, el ser humano ya lo ha hecho. El tráfico de negros africanos en los siglos
XVII y XVIII, que la prostitución sea la profesión más antigua o pagar a un
sicario para matar a alguien son ejemplos que lo ilustran. No seamos hipócritas.
No digamos que estas cosas ya no se hacen. ¿Somos ciegos o qué? ¿Los gobiernos no
financian guerras? Afganistán, Irak, Vietnam, Libia, etc. ¿No vende Occidente
armas a Oriente? ¿No es eso respaldar la muerte de miles de civiles? Yo lo veo
bastante claro.
Por
último, la moral se suele emplear en momentos de serenidad. En situaciones
extremas, de peligro, de necesidad, el ser humano, deja de banda la ética y
utiliza su instinto de supervivencia, es decir, hace lo que haga falta para
sobrevivir. Un ejemplo es el accidente de avión que ocurrió en 1972, cuando
este se estrelló en la cordillera de los Andes. El grupo de supervivientes pudo
salir adelante durante 72 días y no morir por inanición gracias a la decisión
de alimentarse de la carne de sus compañeros muertos. Al principio algunos
rechazaron hacerlo, porque iba en contra de sus creencias, si bien pronto se
demostró que era la única esperanza de sobrevivir y lo hicieron. Y yo también
los hubiera hecho ¿Morir por respetar las convicciones sociales? Ni en sueños.
No soy una mártir, y nunca he querido serlo.
Para
concluir, cito una frase de Fouché, ministro de policía bajo el imperio de
Napoleón, que resumen la argumentación “Todo hombre tiene su precio, lo que
hace falta es saber cuál es” porqué
somos humanos y por consecuencia no somos perfectas ni moralmente, ni en ningún
otro aspecto.
Después
de mi periplo veraniego por tierras británicas, bueno no tanto, ya que no me he
separado ni un solo día de la sudadera y el paraguas (se me rompió a la semana,
no preguntéis cómo), he llegado a la conclusión de que el inglés no lo habla
bien nadie. La escuela de idiomas a la que asistía parecía más una torre de
Babel que una academia: turcos, coreanos, suizos y españoles charlando en un
mismo idioma. Tengo que admitir que lo torturamos, lo descuartizamos y lo
crucificamos, al pobre. Lo hablábamos como nos daba la gana, era un caos, pero
organizado, porque al final acabábamos comprendiéndonos casi todo, que es la
finalidad ¿no?
Ni
siquiera los ingleses lo hablan bien, cada uno de una forma distinta, y comiéndose
las palabras que quieren. ¿Qué puede esperarse de un país que no se ha molestado
ni en redactar una Constitución? Pensareis, vaya desastre de nación, pero no,
los tíos llevan años sin leyes escritas y siguen tan felices como unas perdices. Aquí, ya nos
habríamos tirado unos encima de otros. ¿Por qué somos tan diferentes? Será el
clima. Frío con frío, calor con calor. No importa, me encantan Reino Unido y
los ingleses…son tan raros (en el buen sentido). Keep Calm and God Save The
Queen. Tan adorables con su tweed y su té con leche (¡disgusting!). Y me gusta
el inglés, es tan…raro (Ha, ha, chiste malo).
Por
una vez hagamos caso a nuestros amigos alemanes, que sobre lenguas horribles, ellos saben bastante. Sin ir más lejos, poseen un idioma que es para tirarse de
los pelos, no sólo porque sea humanamente impronunciable, sino que también es
feo. Pero feo de verdad. Parece que están cabreados todo el rato. Ya me he
desviado del tema. Le tengo que dedicar un post entero a lo que pienso de los
alemanes, son una especie totalmente diferente a la nuestra, merecedora de un
profundo estudio. Bueno, ellos dicen que lo importante no es hablar bien, sino
que te entiendan, y cuando lo hagan pasa a otro idioma. ¿Qué tal el chino? Que
está de moda. Así que ya sabéis, menos culebrones hispanos y más telenovelas
chinas.
Boquiabierta,
así es como me he quedado. Después de volver a verlo varias veces, para
asegurarme de que mi imaginación no me había jugado una mala pasada, sigo
asimilándolo. Esas acrobacias imposibles sobre la nieve virgen en algún lugar perdido
me han puesto los pelos de punta. He llegado a pensar seriamente que uno de
ellos acabaría desnucado en el suelo. Los seis minutos se me han hecho
eternos. Ahora, por fin, suspiro
aliviada. Ningún herido, ningún muerto.
He
de admitir que parece divertido. Sino ¿por qué harían todas esas piruetas
extremas? Son muy valientes. Eso o son unos completos descerebrados. Reflexiono.
Definitivamente, los deportes de aventura no son para mí, yo que le tengo fobia
hasta a bichos inofensivos. Me río sólo de pensarlo. El hecho de arriesgar tu
vida por diversión me es incomprensible. Puede que sea entretenido, sí, hasta
que te rompes todos los huesos. Y como también odio los hospitales, me
mantendré alejada de esos “deportes”, admirándolos a distancia.
Como cualquier niña
pequeña, antes de cumplir los ocho años, ya había visto todas las películas de Disney.
Conocía sus princesas, sus historias, sus canciones. Mientras esos cuentos
llenos de finales felices ponían de los nervios a mi hermano, que prefería los dinosaurios,
yo los encontraba maravillosos. El príncipe azul, la bella princesa…todo era
perfecto. Pero aunque os pueda parecer raro, yo no quería ser una de esas
princesas que acababan dando vueltas sobre pistas de baile junto a su príncipe
sino que quería ser un hada: una de esas jóvenes (o no tan jóvenes) de una
belleza extraordinaria, que sonríen todo el rato y ayudan a los demás (¡Qué
filantrópico a sonado!).
Aunque era un sueño
extraño para una niña (todas querían ser princesas, veterinarias o peluqueras),
tenía buenas razones, o eso al menos pensaba. La primera y la que todos los que
tenéis hermanos comprenderán era que quería hacer desaparecer a mi hermano
pequeño ¿Por qué? La respuesta es simple: destruía mis construcciones de lego,
nos peleábamos, acababa con mis juguetes. La otra, que descubrí más tarde, era
que como cualquier niño, yo también deseaba ser libre, libre para hacer lo que quisiese sin
arriesgarme a un castigo. Quería ser libre como los adultos. Me equivocaba,
pero esto lo supe más tarde.
Mi deseo iba de la mano
de un gran problema. ¿Cómo podía convertirme en un hada? Nadie me había
explicado nada y cuando interrogaba a mis padres, ellos cambiaban enseguida de
tema. Llegué a mis propias conclusiones: no podían decirte como te convertías
en un hada, tenías que descubrirlo por ti misma. Así que comencé a buscar las
respuestas a mis preguntas en otras fuentes. En pocos meses, ya había devorado
todos los cuentos ilustrados que poseía, y había vuelto a ver esas películas que
habían inspirado, sin éxito. Estaba frustrada.
El tiempo pasaba, y poco
a poco enterré mi deseo en el fondo de mi memoria, aunque sin olvidarlo.
Crecí, me hice mayor, y descubrí la respuesta que los adultos me habían
escondido durante tiempo. Una respuesta lógica para ellos, pero difícil de
comprender para alguien que sigue teniendo el alma de un niño: la magia no
existe.
Años más tarde,
comprendí porque me lo habían escondido. Querían que conociese la verdadera
libertad, la libertad de soñar sin límites. Lo acepté como otros antes que yo,
sin olvidar del todo la niña que soñaba con ser un hada.