¿Tenemos un precio? Seguro que todo el mundo se ha hecho esta pregunta alguna vez en su vida. Y como esta noche tengo ganas de filosofar y de soltar unas cuantas verdades, hoy hablaré de ello. No pretendo convertirme en Sócrates, ni ganas que tengo. Siempre he creído que soy muy capaz de vivir mi propia vida, sin que un tío que murió hace más de 2000 años me diga como tengo que hacerlo. Lo único que quiero es desenmascarar la falsa moralidad que reina en la sociedad.


Por
último, la moral se suele emplear en momentos de serenidad. En situaciones
extremas, de peligro, de necesidad, el ser humano, deja de banda la ética y
utiliza su instinto de supervivencia, es decir, hace lo que haga falta para
sobrevivir. Un ejemplo es el accidente de avión que ocurrió en 1972, cuando
este se estrelló en la cordillera de los Andes. El grupo de supervivientes pudo
salir adelante durante 72 días y no morir por inanición gracias a la decisión
de alimentarse de la carne de sus compañeros muertos. Al principio algunos
rechazaron hacerlo, porque iba en contra de sus creencias, si bien pronto se
demostró que era la única esperanza de sobrevivir y lo hicieron. Y yo también
los hubiera hecho ¿Morir por respetar las convicciones sociales? Ni en sueños.
No soy una mártir, y nunca he querido serlo.
Para
concluir, cito una frase de Fouché, ministro de policía bajo el imperio de
Napoleón, que resumen la argumentación “Todo hombre tiene su precio, lo que
hace falta es saber cuál es” porqué
somos humanos y por consecuencia no somos perfectas ni moralmente, ni en ningún
otro aspecto.
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