domingo, 20 de octubre de 2013

El Viaje Perfecto

En esos días en los que me siento aplastada por una pila inhumana de resúmenes y nada sale como quiero, mi mente se dedica a elaborar los mejores sueños. ¿El tema de esta vez? El viaje perfecto.

El momento en el que el avión despega, deja de tocar el suelo, la forma en la que atraviesa las nubes, hechas de delicado algodón, el azul del mar y del cielo, las ciudades de luz a medianoche, esa sensación de estar flotando. Todo empieza allí. Y sólo por estar en el aire, ya acaricias la libertad.

Vía de escape. A cualquier hora, sin un plan determinado. Sólo necesitas un billete y ganas de cambiar, de descubrir lo que hay allí fuera. Más allá del horizonte, del miedo a lo nuevo, donde cosas increíbles llegan a ocurrir.  Así que mi mente decidió pasearse por esos momentos, los que hacen inolvidables un viaje, y ya de paso crear nuevos. Soñadora compulsiva, mi mejor defecto, y no me arrepiento.

   Sí, podríamos imaginar cientos de fantásticos viajes, desde un safari por África  hasta un par de semanas tirada en las playas tailandesas, pero seamos sinceros: siempre está ese viaje de ensueño que hemos planeado al detalle. Y yo he tenido unos cuantos. Desde visitar al Papá Noel en Laponia, cuando tenía 4 años (sueño cumplido a los 10, pero con la misma ilusión) hasta pasear bajo la fría lluvia de Londres (mi niña mimada). Así que durante una tarde gris y nubosa, mientras yo me comía el coco con las incomprensibles opiniones de filósofos griegos, mi imaginación despertó, dispuesta a echar a volar.

Sudamérica. Excitante, colores vibrantes, llena de ese ruido que te hace sentir viva, alegre, impactante, donde la gente parece que ve la vida de otra forma, listos para disfrutar cada día, sin importar lo que depare el mañana. Sin miedo, saboreando cada instante de la vida.

Argentina. Primero, porque en mi opinión, nadie habla mejor el español que ellos. La música, la pasión, en cada palabra que pronuncian. Ya sólo por eso, este país me tiene enamorada. Pero la aventura debe seguir. Bajar hasta la Patagonia, hasta que lo único que me rodee sea el hielo, el aliento gélido del aire acariciando mis mejillas, sentirme sola y respirar hondo. Dar un paseo en tren por la Pampa, con la nariz pegada a la ventana y los ojos bien abiertos. Bailar un tango en Buenos Aires (primero tendría que aprender, pero eso es solo un pequeño inconveniente, nada por lo que preocuparse) y comer carne a la parrilla con toneladas de salsa chimichurri, hasta que mi estómago no pueda más. Papá estaría encantado con este plan, toda actividad que implique una mesa, carne y una buena botella de tinto tiene inmediatamente su aprobación.

Siguiente parada: Brasil. Y si algún día voy, será en febrero, sólo para ir al Carnaval de Río y bailar samba hasta que me quede sin zapatos. Bueno, siempre puedo seguir bailando descalza, en medio de sonrisas y con los brazos alzados al cielo. Felicidad en estado puro. Beber una caipiriña mientras me tuesto bajo el sol de la playa de Copacabana y cotilleo de todo y de nada o leo un buen libro, de esos que solo te puedes permitir en vacaciones. Adéntrame en la selva amazónica, a lo Indiana Jones, aunque no sea una buena idea. Ya sabéis, los bichos y yo, nunca hemos tenido la mejor de las relaciones. Un paseo en canoa por el río y un suspiro delante de las cataratas de Iguazú.

Y si aún me quedasen fuerzas, cogería un avión y me plantaría en Machu Picchu, dispuesta a empacharme de comida peruana y a sentir la libertad en mis pulmones, la cara bañada de luz y gritar a la nada en la cima de esas montañas y verdes valles, del mundo

Una aventura increíble ¿verdad? E imposible de cumplir a menos que seas millonario, pero como siempre digo, dispuestos a soñar, mejor soñar en grande ¿no?


1 comentario:

  1. que guay Brasil, algún día también quiero ir

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