jueves, 25 de octubre de 2012

La Monarquía – Quim Monzó

Una de mis historias favoritas...
Todo gracias a aquel zapato que perdió cuando tuvo que irse del baile a toda prisa porque a las doce se acababa el hechizo, el vestido retornaba a la condición de harapos, la carroza dejaba de ser carroza y volvía a ser calabaza, los caballos ratones, etcétera. Siempre la ha maravillado que sólo a ella el zapato le calzase a la perfección, porque su pie (un 36) no es en absoluto inusual y otras chicas de la población deben de tener la misma talla. Todavía recuerda la expresión de asombro de sus dos hermanastras cuando vieron que era ella la que se casaba con el príncipe y (unos años después, cuando murieron los reyes) se convertía en la nueva reina.
El rey ha sido un marido atento y fogoso. Ha sido una vida de ensueño hasta el día que ha descubierto una mancha de carmín en la camisa real. El suelo se le ha hundido bajo los pies. ¡Qué desazón! ¿Cómo ha de reaccionar, ella, que siempre ha actuado honestamente, sin malicia, que es la virtud en persona?

Que el rey tiene una amante es seguro. Una mancha de carmín en la camisa siempre ha sido prueba clara de adulterio. ¿Quién será la amante de su marido? ¿Debe decirle que lo ha descubierto o bien disimular, como sabe que es tradición entre las reinas, en casos así, para no poner en peligro la institución monárquica? ¿Y por qué el rey se ha buscado una amante? ¿Acaso ella no lo satisface suficientemente? ¿Quizás porque se niega a prácticas que considera perversas su marido las busca fuera de casa?

Decide callar. También calla el día que el rey no llega a la alcoba real hasta las ocho de la mañana, con ojeras de un palmo y oliendo a mujer. (¿Dónde se encuentran? ¿En un hotel, en casa de ella, en el mismo palacio? Hay tantas habitaciones en este palacio que fácilmente podría permitirse tener a la amante en cualquiera de las dependencias que ella desconoce) Tampoco dice nada cuando los contactos carnales que antes establecían con regularidad de metrónomo (noche sí, noche no) se van espaciando hasta que un día se percata de que, desde la última vez, han pasado más de dos meses.

En la habitación real, llora cada noche en silencio; porque ahora el rey ya no se acuesta nunca con ella. La soledad la reseca. Mil veces hubiera preferido no ir nunca a aquel baile, o que el zapato hubiese calzado en el pie de cualquier otra muchacha antes que en el suyo. Así, cumplida la misión, el enviado del príncipe no hubiera llegado nunca a su casa. Y en el caso de que hubiera llegado, mil veces hubiera preferido incluso que alguna de sus hermanas calzara el 36 en vez del 40 y 41, números demasiado grandes para una muchacha. Así el enviado no habría hecho la pregunta que ahora, destrozada por la infidelidad del marido, le parece fatídica: si además de la madrastra y las dos hermanastras había en la casa otra muchacha.

 ¿De qué le sirve ser reina si no tiene el amor del rey? Lo daría todo por ser la mujer con la cual el rey copula extraconyugalmente. Mil veces preferiría protagonizar las noches de amor adúltero del monarca que yacer en el vacío del lecho conyugal. Antes querida que reina.


La antigua cenicienta decide avenirse a la tradición y no decirle al rey lo que ha descubierto. Actuará de forma sibilina. La noche siguiente, cuando tras la cena el rey se despide educadamente, ella lo sigue de forma disimulada. Lo sigue por pasillos que desconoce, por ignoradas alas del palacio, hacia estancias cuya existencia ni siquiera imaginaba. El rey la precede con una antorcha. Finalmente se encierra en una habitación y ella se queda en el pasillo, a oscuras. Pronto oye voces. La de su marido, sin duda. Y la risa gallinácea de una mujer. Pero superpuesta a esa risa oye también la de otra mujer. ¿Está con dos? Poco a poco, procurando no hacer ruido, entreabre la puerta. Se echa en el suelo para que no la vean desde la cama; mete medio cuerpo en la habitación. La luz de los candelabros proyecta en las paredes la sombra de tres cuerpos que se acoplan. Le gustaría levantarse para ver quién está en la cama, porque las risas y los susurros no le permiten identificar a las mujeres. Desde donde está, echada en el suelo, no puede ver casi nada más; sólo, a los pies de la cama, tirados de cualquier manera, los zapatos de su marido y dos pares de zapatos de mujer, de tacón altísimo, unos negros del 40 y otros rojos del 41.

lunes, 22 de octubre de 2012

¿Qué hago ahora contigo?


 Nuestra historia está enterrada ya, o al menos eso me parecía. Porque esta noche he soñado contigo. Otra vez ¿Es ni siquiera una historia? No. Son momentos, instantes preciosos, sí, pero nada más que eso. Conversaciones infinitas, risas para la eternidad. Y Bob Marley tocando de fondo. Son partidas de billar ganadas, sonrisas bajo la lluvia y cafés de Starbucks.

¿Me arrepiento de mi decisión? No creo. Fue mejor así ¿Qué piensas? No hace falta que respondas. Ya lo sé, siempre dejaste claro que no estabas de acuerdo. Nunca lo estábamos ¿recuerdas? Continúas discusiones por cualquier nadería. En la calle, en clase y en restaurantes. Cualquier lugar era bueno. Hasta éramos capaces de debatir en varios idiomas. Pasábamos del español al inglés sin darnos ni cuenta, mientras los demás nos miraban asombrados. No nos comprendían. Nadie lo hacía, ni siquiera nosotros mismos. Saltábamos de las bromas a las pullas con increíble facilidad, como si nos conociéramos desde hace tiempo. Nada más lejos de la realidad.  

¿Qué voy a hacer contigo ahora? Aún no lo sé. Me digo que tengo que olvidarte, pero parece que mi cabeza no está por la labor. Ni tú tampoco, ya que estamos. Parece como si quisieras que no te dejara atrás, hablándome a todas horas como lo haces. ¿Pero sabes qué? Yo ya no sé si quiero seguir jugando a este juego, del que solamente tú conoces las reglas. Y siempre estás haciendo trampas. ¿Qué quieres conseguir?

Te echo de menos, sí. Pero ya lo sabes, te has ocupado de que esto pasase. Tú cada vez te alejas más de mí, y yo cada vez te quiero más cerca. ¿Y si te borro por completo? ¿Y si hago ver que nunca exististe?¿Que nunca hubo un nosotros?¿Dejará, entonces, de saltar mi corazón cada vez que mencionen a Brighton? ¿O que oiga la voz Billy Armstrong? No es tu voz, pero me recuerda demasiado a ti. Tú me cantabas al oído y yo…sonreía como una idiota. Como estoy haciendo justo ahora.


¿Ves lo que me has hecho? Justo lo que me prometí que no sucedería. Yo antes era normal, más o menos. Últimamente, parezco una de esas adolescentes con las hormonas por las nubes. Esas a las que nos dedicábamos a criticar por las mañanas, cuando estábamos tan cansados que ni siquiera podíamos enfadarnos. En el bus, donde tú me pasabas tu abrigo porque yo había sido tan ingenua como para creer que aquel día no llovería. Siempre acababas helado por mi culpa, bueno por la tuya, por ser demasiado amable.

Justo ahora, que estoy hecha un lío, decides hablarme. Tú es que tienes telepatía o algo así, porque me estás asustando. “¿Qué tal el día?” ¿Qué le respondo? ¿Qué me he pasado el día pensando en él?¿Qué he soñado con  él? Ni hablar. Está historia (no, no es una historia) ya terminó hace tiempo. Tiene un punto final. Y tú y yo seguimos escribiéndola como si nada, rompiendo todas las normas. Esto no funcionará, lo sabíamos desde el principio, pero parece que a ninguno de los dos nos importa.

Todo esto es por tu culpa. Mis sonrisas han acabado dependiendo de ti. Yo ya no me siento yo misma. Es como si hubiera dejado una parte de mí allí, contigo. Como si aquella chica parlanchina del vestido rojo, que siempre hacía que acabásemos perdidos y helados bajo la lluvia, no fuera ahora más que un espejismo, una sombra de lo que fue algún día. Es ridículo, pero no puedo evitarlo. Se suponía que estás historias acababan bien ¿no? Siempre me las habían contado así.

600 palabras ya. Suspiro. Sigo tan confusa como antes. O quizás más, ya ni lo sé. Eres un recuerdo bonito, a pesar de todo. Los cafés mañaneros, las tardes de cine y tu mano en mi cintura. Todos los son. Pusiste mi mundo patas arriba y lo dejaste así, y yo no tengo ni idea de cómo restaurarlo. Sólo sé que no me importa soñar contigo. No me importa para nada. Pero no te lo diré, por si acaso. No vaya a ser que lo uses en mi contra, como haces siempre.

 Las gotas de lluvia van borrando poco a poco los recuerdos, mientras se deslizan por mi ventana. Esto llega a su fin ¿te das cuenta? No nos queda mucho tiempo. Los días me van devolviendo mi vida y tú ya no eres más que un fantasma de mi pasado, uno con el que sigo hablando, sí, pero ya no duele tanto. Tu risa se desvanece. Olvido el color de tus ojos. Pronto, no serás más que un chico que me hace reír con un par de bromas. Dejarás de ser la sonrisa de mis días. Triste, la verdad ¿Pero qué más podíamos esperar? Eres un imbécil, que me cae bien, but I hate you. ¡Ves! Yo antes, antes de ti, no era así. Hasta nunca S. Bueno, no, hasta mañana. Aún no estoy preparada para decirte adiós del todo. 

viernes, 19 de octubre de 2012

Las Gallinas y Sus Polluelos

En el mundo existen dos tipos de padres. Por un lado tenemos a los progenitores que... ¿cómo lo diría? atosigan a sus hijos. Constantemente. Rodean al crío de algodones, protegiéndolo de todos los males y solucionándole cualquier problema.  Al final, con 30 años,  el mocoso  sigue viviendo en casita sin saber ni freír un huevo ¿Para qué? Sí mamá gallina se lo hace todo.
En el lado opuesto, están mis padres y similares cuyo lema es “que se caigan, que así aprenden”. También se preocupan, pero nos van dando empujoncitos, para que salgamos del nido y nos enfrentemos poco a poco a la realidad. Y un día te marcharás. Entonces, sabrán que han hecho bien su trabajo.

Sí, Jack Sparrow es un pirata, Aladín un ladrón y Shrek un cochino. Todos malos malísimos, vamos. ¿Los chiquillos tendrían que dejar de ver sus películas? Bobadas. Son los padres los que educan, y no Mickey Mouse y compañía. Si es que me parece a mí que los hijos no son los únicos que tienen que crecer.


sábado, 13 de octubre de 2012

British Baby Barbies

No sé porqué me ha dado últimamente por escribir sobre Reino Unido. Será que lo echo de menos. Terriblemente. Y es que aunque intento convencerme de lo contrario, he de admitir que ese mesecito que pasé allí, ha ocupado, sin que pudiese evitarlo, un sitio en mi corazón. Ya os contaré porqué.

 Hoy quería hablaros de una extraña especie que descubrí durante mi estancia en Inglaterra: las British Baby Barbies (BBB). La traducción literaria sería Barbies bebés británicas, o algo parecido. ¿Y cómo las conocí? Tuve que convivir con una.

A ver, ¿cómo empiezo? La primera vez, que vi a Summer, la chica con la que vivía, pensé que tendría mi edad y no 13 años como me habían dicho. Iba más maquillada que una puerta, con los ojos bañados en rímel y la cara de un uniforme color crema, que no pegaba con el resto de su piel más pálida. Salía de casa vestida con mini falda, cazadora de cuero y Converse. Muy mona, he de reconocer. Pensé que se iba a cenar fuera, con unas amigas, o quizá al cine. Sin embargo, me equivocaba. Sólo iba a comprar leche al súper. Sí, a comprar leche.  No sé vosotros, pero yo, cuando mi madre me manda a por el pan, voy con sudadera, tejanos y un moño, y no llevo las pantuflas, porque no me deja. Bueno, sigamos con mi querida amiga Summy. Al volver, a los 5 minutos, se encerró en su habitación y cuando salió para cenar ya se había puesto el pijama de la Minnie. Ufff, algo más normal


Al día siguiente, me levanté pronto y fui al baño. Estaba ocupado. Se estará duchando, ya volveré después, pensé. Desayuné, me vestí, hice la cama y por fin cuando ya me estaba desesperando, ella salió. Y me quedé boquiabierta. Por supuesto, iba pintarrajeada a más no poder y se había puesto el “uniforme” del colegio, un conjunto que consistía en un polo azul cielo y  falda o pantalón negros para las chicas. Bueno ella llevaba el polo, sí, pero de la falda, ni rastro. Al menos que fuese esa cinta negra que apenas le tapaba el culo. Bueno, su madre al verla le dirá algo, me dije, por lo menos que se baje un poco la falda, pero me equivoqué otra vez. Y encima al salir a la calle, me doy cuenta de que Summer no es una excepción, es que todas van así. Entonces, me decidí a saber más de ellas, sus gustos y esas cosas. Y aquí está mi conclusión.

Para ser una BBB no importa si eres alta, bajita, rubia, morena, escuálida o con curvas. Sólo tienes que tener entre 10 y 13 años, adorar a Justin Bieber y One Direction, y tener mucho, pero mucho ego. Te llamas Amy, Kelly, Missi, no puedes salir de casa sin el pelo planchado y una buena capa de rímel. No has leído un libro en tu vida, salvo la biografía de One Direction, y sólo ves programas como X Factor o MTV. Le prestas más atención a tu Blackberry que a tus padres y te pones a gritar cada vez que tu ídolo sale por la tele (que por desgracias pasa muchas veces).

Hay algo más que descubrí cuando entré por primera vez a la habitación de Summer, algo que me dejó boquiabierta. La niña mimada, encima de tener un cuarto más grande que el de sus padres, con tele, cama de matrimonio y portátil, tenía las Hunter, las Uggs y las Vans, más dos armarios (¡DOS!) repletos de ropa de Abercrombie, Miss Sixteen y Hollister. Pero si vivían en una casucha, en el quinto pino, casi en el campo. Admito que sentí un poco de envidia, sí, hasta que recordé aquella frase del anuncio de IKEA “no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita”. La niña sólo era feliz si tenía ropa de marca y los zapatos de moda. No tenía nada más. Yo en cambio tenía una gran familia que me hacía caso, alguien con quien hablar cuando estoy en casa y una habitación con una gran puesta de sol en la pared. Y soy muy feliz con eso.

Bueno, ya ha quedado bastante claro por qué las llamo British Baby Barbies o BBB, aunque pensándolo bien también podrían ser British Baby Bitches, al recordar cómo se comportaban algunas con los chicos, pegadas a ellos como lapas, pero me parecen demasiado pequeñas ¿o no? Dejaré que vosotros lo juzguéis, después de todo sois más imparciales que yo.


miércoles, 10 de octubre de 2012

Ataques de Rabia #2

Durante mucho tiempo quise ser perfecta. La hija perfecta, la alumna intachable, la mejor amiga para mis amigas, una hermana ideal (eso me costó más, ¿por qué será?). Bueno, pues como suele pasar en estos casos, acabé viniéndome abajo. No me acuerdo ni cuándo ni cómo. Un día me desperté, y me di cuenta de que no podía contentar a todo el mundo. Y por fin lo supe. Lo primero es mi felicidad, y no la de los demás. Suena terriblemente egoísta, lo sé, pero es que soy una persona horrible ¿no? A veces llego a pensar  que sí.

Qué dramática me he puesto de repente. Eso me pasa por ver tanta televisión, seguro. ¿Por dónde iba? ¡Ah, sí! Lo de no ser perfecta ¿verdad? Y cómo no lo soy, no le puede gustar a todos. Ya lo he asumido, después de muchos tropiezos y deslices. Hago chirriar los dientes. Lo que no comprendo es esa fijación que tiene la gente por hacer daño a los demás, hiriéndolos constantemente. Y eso sí que no lo soporto.

Me gusta la música de Taylor Swift y de Adele, mi habitación es rosa y creo en los cuentos de hadas ¿Soy cursi por ello? Pues sí, lo reconozco. ¿Es algo malo? No estoy de acuerdo. ¿Me hacen peor persona las canciones de amor, el rosa y los finales felices?  ¡NO! Así que respeta mis gustos. Si no los tragas te muerdes la lengua, porque no creo haberte pedido tu opinión  ¿verdad?

No menosprecies lo que no te gusta, ni digas que es peor, porque no tienes ni puta idea. ¿Veis? Ya me he cabreado. Porque no hay nada que odie más que las personas que se creen superiores a las demás. Arrogantes, petulantes e imbéciles. De los pies a la cabeza. Al igual que yo no soy perfecta, tú tampoco. Sólo que, a diferencia de ti, me gusta encontrar mi felicidad haciendo las cosas que me gustan y pensando en positivo. Pero bueno, no me voy a meter con la forma en la que viven su vida algunas personas, a ver si van a pensar que les estoy criticando (que lo estaría haciendo). No me gustaría herir sentimientos. Aunque hay gente que se lo merece de verdad, que necesita que le den un puñetazo en la cara para despertar -quiero dejar claro que no suelo ser una persona agresiva, así que no llaméis aún a la poli. No sois el centro del mundo, joder, por mucho que lo deseéis.

Un consejo a los que no forméis parte de esos matones psicológicos  que os dé igual lo que piensen los demás y si os afecta, haced lo posible por ocultarlo. Son como buitres, siempre vigilando a su víctima. Te atacan dónde saben que más te duele. Así que dedícales tu mejor sonrisa, para que se traguen sus palabras. Porqué aunque no seas perfecto, eso no quiere decir que no valgas nada. Vales mucho, más de lo que tú crees, más de lo que otros creen. No les hagas caso. Al fin y al cabo, lo que los demás piensan de ti, no es tu problema, sino el suyo. Sólo escucha las opiniones de la gente que te importa, y sobre todo no olvides ser feliz. Porque si tú eres feliz, harás feliz a mucha otra gente.

Ya termino. Me he puesto muy sentimental al final ¿verdad? Se me han puesto los ojos vidriosos y todo. Y es que es en estos momentos en los que me doy cuenta de lo injusto que es el mundo a veces. Aunque nosotros también somos injustos con nosotros mismos, muy duros, quizá. Así que recordad siempre: “Tú eres buena, tú eres lista, tú eres importante” - Señoras y Criadas. Hasta otro día, (muy pronto espero).



lunes, 8 de octubre de 2012

¿Tenemos un precio?


 ¿Tenemos un precio? Seguro que todo el mundo se ha hecho esta pregunta alguna vez en su vida. Y como esta noche tengo ganas de filosofar y de soltar unas cuantas verdades, hoy hablaré de ello. No pretendo convertirme en Sócrates, ni ganas que tengo. Siempre he creído que soy muy capaz de vivir mi propia vida, sin que un tío que murió hace más de 2000 años me diga como tengo que hacerlo. Lo único que quiero es desenmascarar la falsa moralidad que reina en la sociedad.

Cuántas veces hemos oído en las noticias casos de corrupción de políticos, jueces... manipular algunos papeles, hacer favores a amigotes o malversar fondos son titulares todas las mañanas en la prensa. Todo por un buen puñado de euros. ¿Quién se podría resistir? No muchos, seguramente, aunque todos decimos siempre que no, que nunca lo haríamos ¿seguro? ¿Podríamos resistir la tentación? No lo sé. “Los hombres son pervertidos no tanto por la riqueza como por el afán de riqueza.” dijo una vez un filósofo francés.

Aunque lo negamos, muchas veces ponemos los intereses económicos por encima de las personas. ¿Pero alguna vez se ha hecho esto? ¿Poner un precio a una persona? Sí, el ser humano ya lo ha hecho. El tráfico de negros africanos en los siglos XVII y XVIII, que la prostitución sea la profesión más antigua o pagar a un sicario para matar a alguien son ejemplos que lo ilustran. No seamos hipócritas. No digamos que estas cosas ya no se hacen. ¿Somos ciegos o qué? ¿Los gobiernos no financian guerras? Afganistán, Irak, Vietnam, Libia, etc. ¿No vende Occidente armas a Oriente? ¿No es eso respaldar la muerte de miles de civiles? Yo lo veo bastante claro.

Por último, la moral se suele emplear en momentos de serenidad. En situaciones extremas, de peligro, de necesidad, el ser humano, deja de banda la ética y utiliza su instinto de supervivencia, es decir, hace lo que haga falta para sobrevivir. Un ejemplo es el accidente de avión que ocurrió en 1972, cuando este se estrelló en la cordillera de los Andes. El grupo de supervivientes pudo salir adelante durante 72 días y no morir por inanición gracias a la decisión de alimentarse de la carne de sus compañeros muertos. Al principio algunos rechazaron hacerlo, porque iba en contra de sus creencias, si bien pronto se demostró que era la única esperanza de sobrevivir y lo hicieron. Y yo también los hubiera hecho ¿Morir por respetar las convicciones sociales? Ni en sueños. No soy una mártir, y nunca he querido serlo.

Para concluir, cito una frase de Fouché, ministro de policía bajo el imperio de Napoleón, que resumen la argumentación “Todo hombre tiene su precio, lo que hace falta es saber cuál es”  porqué somos humanos y por consecuencia no somos perfectas ni moralmente, ni en ningún otro aspecto.


martes, 2 de octubre de 2012

Trabalenguas Sinsentido



Después de mi periplo veraniego por tierras británicas, bueno no tanto, ya que no me he separado ni un solo día de la sudadera y el paraguas (se me rompió a la semana, no preguntéis cómo), he llegado a la conclusión de que el inglés no lo habla bien nadie. La escuela de idiomas a la que asistía parecía más una torre de Babel que una academia: turcos, coreanos, suizos y españoles charlando en un mismo idioma. Tengo que admitir que lo torturamos, lo descuartizamos y lo crucificamos, al pobre. Lo hablábamos como nos daba la gana, era un caos, pero organizado, porque al final acabábamos comprendiéndonos casi todo, que es la finalidad ¿no?  

Ni siquiera los ingleses lo hablan bien, cada uno de una forma distinta, y comiéndose las palabras que quieren. ¿Qué puede esperarse de un país que no se ha molestado ni en redactar una Constitución? Pensareis, vaya desastre de nación, pero no, los tíos llevan años sin leyes escritas y siguen tan felices como unas perdices. Aquí, ya nos habríamos tirado unos encima de otros. ¿Por qué somos tan diferentes? Será el clima. Frío con frío, calor con calor. No importa, me encantan Reino Unido y los ingleses…son tan raros (en el buen sentido). Keep Calm and God Save The Queen. Tan adorables con su tweed y su té con leche (¡disgusting!). Y me gusta el inglés, es tan…raro (Ha, ha, chiste malo).

Por una vez hagamos caso a nuestros amigos alemanes, que sobre lenguas horribles, ellos saben bastante. Sin ir más lejos, poseen un idioma que es para tirarse de los pelos, no sólo porque sea humanamente impronunciable, sino que también es feo. Pero feo de verdad. Parece que están cabreados todo el rato. Ya me he desviado del tema. Le tengo que dedicar un post entero a lo que pienso de los alemanes, son una especie totalmente diferente a la nuestra, merecedora de un profundo estudio. Bueno, ellos dicen que lo importante no es hablar bien, sino que te entiendan, y cuando lo hagan pasa a otro idioma. ¿Qué tal el chino? Que está de moda. Así que ya sabéis, menos culebrones hispanos y más telenovelas chinas.