lunes, 17 de septiembre de 2012

Soñar Sin Límites


 Como cualquier niña pequeña, antes de cumplir los ocho años, ya había visto todas las películas de Disney. Conocía sus princesas, sus historias, sus canciones. Mientras esos cuentos llenos de finales felices ponían de los nervios a mi hermano, que prefería los dinosaurios, yo los encontraba maravillosos. El príncipe azul, la bella princesa…todo era perfecto. Pero aunque os pueda parecer raro, yo no quería ser una de esas princesas que acababan dando vueltas sobre pistas de baile junto a su príncipe sino que quería ser un hada: una de esas jóvenes (o no tan jóvenes) de una belleza extraordinaria, que sonríen todo el rato y ayudan a los demás (¡Qué filantrópico a sonado!).

Aunque era un sueño extraño para una niña (todas querían ser princesas, veterinarias o peluqueras), tenía buenas razones, o eso al menos pensaba. La primera y la que todos los que tenéis hermanos comprenderán era que quería hacer desaparecer a mi hermano pequeño ¿Por qué? La respuesta es simple: destruía mis construcciones de lego, nos peleábamos, acababa con mis juguetes. La otra, que descubrí más tarde, era que como cualquier niño, yo también deseaba ser libre,  libre para hacer lo que quisiese sin arriesgarme a un castigo. Quería ser libre como los adultos. Me equivocaba, pero esto lo supe más tarde.

Mi deseo iba de la mano de un gran problema. ¿Cómo podía convertirme en un hada? Nadie me había explicado nada y cuando interrogaba a mis padres, ellos cambiaban enseguida de tema. Llegué a mis propias conclusiones: no podían decirte como te convertías en un hada, tenías que descubrirlo por ti misma. Así que comencé a buscar las respuestas a mis preguntas en otras fuentes. En pocos meses, ya había devorado todos los cuentos ilustrados que poseía, y había vuelto a ver esas películas que habían inspirado, sin éxito. Estaba frustrada.

El tiempo pasaba, y poco a poco enterré mi deseo en el fondo de mi memoria, aunque sin olvidarlo. Crecí, me hice mayor, y descubrí la respuesta que los adultos me habían escondido durante tiempo. Una respuesta lógica para ellos, pero difícil de comprender para alguien que sigue teniendo el alma de un niño: la magia no existe.

Años más tarde, comprendí porque me lo habían escondido. Querían que conociese la verdadera libertad, la libertad de soñar sin límites. Lo acepté como otros antes que yo, sin olvidar del todo la niña que soñaba con ser un hada.



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