domingo, 9 de septiembre de 2012

Cualquiera puede entrar, pero pocos pueden salir


Puede comprender que un adulto fume. Lo vive a diario. Largas jornadas laborales, trabajos agobiantes. Ellos encuentran una vía de escape en el tabaco. No sabe porqué ni le importa.

 Observa impasible a su padre fumarse cajetillas enteras, y le duele, le duele saber que ese humo gris lo está matando por dentro. Pero se calla. ¿Qué le va a recriminar?  El fumador no es el culpable, es la víctima. ¿Victima de qué? De la vida. De la debilidad humana.

Al mirarle ahora, sonríe aliviada. Todo ha terminado, aunque su padre sigue luchando día tras día. Ésta es una guerra para toda la vida y lo sabía, pero fue fuerte y tomó la decisión sólo, sin que lo presionara. Ella simplemente le apoyó, cogiéndole la mano en los momentos duros.

 Puede comprender que un adulto fume, pero no entiende por qué lo hacen los niños grandes, por qué su hermano mayor fuma. A los 16 años, sigo sin entenderlo.


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