
El
momento en el que el avión despega, deja de tocar el suelo, la forma en la que
atraviesa las nubes, hechas de delicado algodón, el azul del mar y del cielo,
las ciudades de luz a medianoche, esa sensación de estar flotando. Todo empieza
allí. Y sólo por estar en el aire, ya acaricias la libertad.
Vía
de escape. A cualquier hora, sin un plan determinado. Sólo necesitas un billete
y ganas de cambiar, de descubrir lo que hay allí fuera. Más allá del horizonte,
del miedo a lo nuevo, donde cosas increíbles llegan a ocurrir. Así que mi mente decidió pasearse por esos
momentos, los que hacen inolvidables un viaje, y ya de paso crear nuevos.
Soñadora compulsiva, mi mejor defecto, y no me arrepiento.


Argentina.
Primero, porque en mi opinión, nadie habla mejor el español que ellos. La
música, la pasión, en cada palabra que pronuncian. Ya sólo por eso, este país
me tiene enamorada. Pero la aventura debe seguir. Bajar hasta la Patagonia,
hasta que lo único que me rodee sea el hielo, el aliento gélido del aire
acariciando mis mejillas, sentirme sola y respirar hondo. Dar un paseo en tren
por la Pampa, con la nariz pegada a la ventana y los ojos bien abiertos. Bailar
un tango en Buenos Aires (primero tendría que aprender, pero eso es solo un
pequeño inconveniente, nada por lo que preocuparse) y comer carne a la parrilla
con toneladas de salsa chimichurri, hasta que mi estómago no pueda más. Papá
estaría encantado con este plan, toda actividad que implique una mesa, carne y
una buena botella de tinto tiene inmediatamente su aprobación.
Siguiente
parada: Brasil. Y si algún día voy, será en febrero, sólo para ir al Carnaval
de Río y bailar samba hasta que me quede sin zapatos. Bueno, siempre puedo
seguir bailando descalza, en medio de sonrisas y con los brazos alzados al
cielo. Felicidad en estado puro. Beber una caipiriña mientras me tuesto bajo el
sol de la playa de Copacabana y cotilleo de todo y de nada o leo un buen libro,
de esos que solo te puedes permitir en vacaciones. Adéntrame en la selva
amazónica, a lo Indiana Jones, aunque no sea una buena idea. Ya sabéis, los
bichos y yo, nunca hemos tenido la mejor de las relaciones. Un paseo en canoa
por el río y un suspiro delante de las cataratas de Iguazú.
Y
si aún me quedasen fuerzas, cogería un avión y me plantaría en Machu Picchu,
dispuesta a empacharme de comida peruana y a sentir la libertad en mis
pulmones, la cara bañada de luz y gritar a la nada en la cima de esas montañas
y verdes valles, del mundo
Una
aventura increíble ¿verdad? E imposible de cumplir a menos que seas millonario,
pero como siempre digo, dispuestos a soñar, mejor soñar en grande ¿no?
que guay Brasil, algún día también quiero ir
ResponderEliminarwww.lessismoreblog.com