Por
último, el sueño. Tampoco fue fácil. Todo lo contrario. ¿El problema? Que tengo
muchos sueños por cumplir. Es lo que tiene ser una soñadora. Y si tuviera que
escoger uno sería vivir en Londres. Me enamoré de la ciudad a primera vista. París
me deslumbró, Roma me impresionó y Milán me pareció divertido. Pero Londres,
con sus calles llenas de vida, su tiempo caprichoso y su gente, me robó el
corazón. Los idiotas la tachan de fría, altiva, gris, mientras que yo la encuentra
única. Y es que no importa que llueva todo el año, que diluvie si hace falta, a
mi me da igual.
Así
que sueño con ella. Una piso en el pintoresco Notting Hill, los viajes en metro,
Oxford Circus, paseos por Hyde Park o en ese bus de dos pisos tan monos, cafés en el Starbucks y tazas de té decentes. Quiero deambular
sin rumbo, perderme en callejones, calarme de agua. ¿Estoy loca? Puede. No sé,
encuentro que hay algo emocionante en todo ello. Subir el volumen de la música
del reproductor, mirar a tu alrededor, y observar a gente a quien no les
importa en absoluta cómo vistas o de dónde vengas. Lo
encuentro liberador. Genial.
Todos
son diferentes, no siguen estúpidas modas, ni critican a la chica que sienta a
su lado en el bus y que lleva el brazo totalmente tatuado. Les da igual. No pierden
el tiempo en esas tonterías. Cada uno va a lo suyo, como hormiguitas, con un
destino claro. Sí, parecen robots, sin vida propia. La verdad es que no sé qué
se siente, pero habrá que probarlo para descubrirlo ¿no? ¡Y yo me ofrezco
voluntaria!
Ya
van dos años seguidos en los que paso algunos días en la capital, y con suerte,
este año me volvéis a tener allí otra vez. Aunque puede que no, ya veremos. Creo que mi madre tiene miedo de que me fugue y no vuelva nunca. La verdad, he de admitir que me lo he planteado. Más de un vez.
Suerte por tu deambular por la pérfida Albión...
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