No
por ser negro se es delincuente, ni por venir de Oriente Medio se es
terrorista. La naturaleza, por suerte, no funciona así. Pero nosotros sí, y no
podemos cambiarlo. Al conocer a alguien, en lo primero que nos fijamos es en su
ropa, en su color de piel y contamos cuántos agujeros y dibujos tiene. En unos
segundos ya nos hemos formado una opinión de esa persona, y a lo mejor aún no ha
abierto la boca ¿Qué nos importa su historia o su nombre? Nosotros ya sabemos
todo lo que necesitamos saber.
Se
llaman prejuicios. Todo el mundo sabe
lo que es, pero nadie repara en ellos jamás. Son invisibles, llegan sin avisar
y se apoderan de todas tus opiniones en un santiamén. Ya sé que no podemos
evitar tenerlos, pero ¿no podríamos de vez en cuando examinar juicios propios y
ajenos objetivamente? Y es que nuestra apariencia no determina cómo somos en
realidad. Después de todo, Marie Curie era rubia.
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