lunes, 8 de octubre de 2012

¿Tenemos un precio?


 ¿Tenemos un precio? Seguro que todo el mundo se ha hecho esta pregunta alguna vez en su vida. Y como esta noche tengo ganas de filosofar y de soltar unas cuantas verdades, hoy hablaré de ello. No pretendo convertirme en Sócrates, ni ganas que tengo. Siempre he creído que soy muy capaz de vivir mi propia vida, sin que un tío que murió hace más de 2000 años me diga como tengo que hacerlo. Lo único que quiero es desenmascarar la falsa moralidad que reina en la sociedad.

Cuántas veces hemos oído en las noticias casos de corrupción de políticos, jueces... manipular algunos papeles, hacer favores a amigotes o malversar fondos son titulares todas las mañanas en la prensa. Todo por un buen puñado de euros. ¿Quién se podría resistir? No muchos, seguramente, aunque todos decimos siempre que no, que nunca lo haríamos ¿seguro? ¿Podríamos resistir la tentación? No lo sé. “Los hombres son pervertidos no tanto por la riqueza como por el afán de riqueza.” dijo una vez un filósofo francés.

Aunque lo negamos, muchas veces ponemos los intereses económicos por encima de las personas. ¿Pero alguna vez se ha hecho esto? ¿Poner un precio a una persona? Sí, el ser humano ya lo ha hecho. El tráfico de negros africanos en los siglos XVII y XVIII, que la prostitución sea la profesión más antigua o pagar a un sicario para matar a alguien son ejemplos que lo ilustran. No seamos hipócritas. No digamos que estas cosas ya no se hacen. ¿Somos ciegos o qué? ¿Los gobiernos no financian guerras? Afganistán, Irak, Vietnam, Libia, etc. ¿No vende Occidente armas a Oriente? ¿No es eso respaldar la muerte de miles de civiles? Yo lo veo bastante claro.

Por último, la moral se suele emplear en momentos de serenidad. En situaciones extremas, de peligro, de necesidad, el ser humano, deja de banda la ética y utiliza su instinto de supervivencia, es decir, hace lo que haga falta para sobrevivir. Un ejemplo es el accidente de avión que ocurrió en 1972, cuando este se estrelló en la cordillera de los Andes. El grupo de supervivientes pudo salir adelante durante 72 días y no morir por inanición gracias a la decisión de alimentarse de la carne de sus compañeros muertos. Al principio algunos rechazaron hacerlo, porque iba en contra de sus creencias, si bien pronto se demostró que era la única esperanza de sobrevivir y lo hicieron. Y yo también los hubiera hecho ¿Morir por respetar las convicciones sociales? Ni en sueños. No soy una mártir, y nunca he querido serlo.

Para concluir, cito una frase de Fouché, ministro de policía bajo el imperio de Napoleón, que resumen la argumentación “Todo hombre tiene su precio, lo que hace falta es saber cuál es”  porqué somos humanos y por consecuencia no somos perfectas ni moralmente, ni en ningún otro aspecto.


No hay comentarios:

Publicar un comentario