jueves, 18 de julio de 2013

Liberté

Liberté. Así la llaman los franceses, y así la llamaré yo. Suena más fino, más culto…como todo lo francés ¿no? Liberté, Egalité, Fraternité es su lema. Ellos saben de todo esto, o eso aparentan. En realidad, no tienen ni idea, como todo el mundo.

Liberté es francesa, o así me la imagino. ¿Qué aspecto tendrá? Siempre la han pintado bella, como si fuese una diosa griega. La piel nívea, la mirada límpida, una sonrisa serena que me recuerda la Mona Lisa. Un ángel caído del cielo dispuesto a luchar por nosotros. Pero ya sabéis como son los artistas, siempre se dejan llevar por la belleza y se olvidan de lo demás. Exageran, maquillan la verdad.

Liberté esconde algo, como toda mujer que se precie. Aunque sus secretos son más oscuros, más dolorosos. Y es que detrás de esa máscara de inocencia, se encuentra la muerte. Fría. Oscura. ¿Cuántos hombres se han matado por ella? ¿Miles? ¿Millones? Españoles, Franceses, Ingleses, no importa su origen, no importa su edad. Cadáveres descuartizados. Heridas de guerra. Sangre. Mucha. Todo por la misma mujer. Pero ella huye, sin que nadie la pueda alcanzar. Se te escapa entre los dedos, como el agua, dejando tras de sí la destrucción. Caos.

Liberté y yo aún no nos conocemos. No he tenido ese placer. Aunque no sé si eso es bueno o malo. Mejor no pregunto. Bueno, si alguien la ve, que le diga que pase por Barcelona, que me busque. Que me gustaría tomar un café con ella. O crêpes con Nutella, más francés. Pero que venga sin hacer ruido, que se disfrace, que no provoque mucho escándalo. Los catalanes ya están suficientemente exaltados como para que aviven más el fuego. Y España también. Ya lo sabéis ¿no? Y si no leed los periódicos, que aparece en la portada cada día, para que no vivamos en paz. Como si no tuviésemos ya demasiados problemas. ¡Esperad! Me desvío del tema, es lo que siempre me pasa cuando me enfado.

Liberté y yo no nos caeríamos bien. Estoy segura. Y es que no me entusiasman las mujeres que van dejando tras ella un rastro de corazones rotos. Un sendero de lágrimas, de desesperación. Ese el problema de los hombres: que se enamoran, que caen rendidos a sus pies para que ella los maneje a su antojo, como marionetas en una obra de teatro que ella se encarga de escribir. Que pierden la cabeza por ella. Literalmente. ¿Ella disfruta del sangriento espectáculo? Como una niña con un juguete nuevo. Sino ¿por qué no se rinde? ¿Por qué sigue esfumándose en cuanto cumple su objetivo?

Liberté. Su nombre da esperanzas a los que buscan un camino, hace soñar a los que están perdidos. Su estatua en Nueva York, francesa por supuesto, con la llama en un brazo, guía a través de la oscuridad a los infelices, a los desesperados, a los que ya no les queda nada o que nunca lo tuvieron, prometiéndoles una vida mejor, llena de oportunidades. Estados Unidos de América. El sueño americano que todos queremos cumplir. ¿Lo consiguen? ¿Es real? Que se lo pregunten a los habitantes del Bronx, a los inmigrantes mexicanos echados a patadas, a Snowden y a Assange, escondidos de su propio gobierno. Mucho Obama, mucho Hollywood, mucho cuento.

Liberté. ¿Cómo sería Liberté? Sería egoísta, superficial, fría, porque los sentimientos esclavizan. Irresponsable y caprichosa como los niños, viviendo sin preocupaciones, haciendo lo que le dé la gana. Solitaria, porque cada sociedad tiene sus propias reglas y leyes. Inteligente o estúpida, tampoco importa.

Liberté no es humana. Y es que los humano no podemos ser libres, aunque todos pensemos que lo somos. Ni siquiera los franceses, sus creadores. Bonita mentira que inventaron, una mentira peligrosa que induce a la locura. Somos esclavos, y ni siquiera lo sabemos, no nos damos cuenta. Sin embargo, no somos esclavos de otras personas, como los africanos en las plantaciones de tabaco en América. No se nos compra, ni se nos vende. Bueno, menos a los políticos y a los futbolistas. Somos esclavos del dinero, de la belleza, del amor. De nuestros miedos y necesidades. De nosotros mismos.

Liberté no existe. Es un fantasma, un espíritu, una brisa que viaja por el mundo, que te susurra palabras bonitas al oído, que te hace creer que hay algo mejor allí fuera. Te vuelve loco. Y ya no puedes vivir sin ella. No duermes, no comes, no vives. Como los enamorados: esclavos al fin y al cabo. Irónico ¿no? Y se va, dejando tu mundo patas arriba, perdido en mitad de la nada, buscando a ciegas el camino de vuelta a casa. Sumido en la melancolía ¿Cómo volver a empezar? ¿Cómo volver atrás? ¿Qué hacer con todos esos sueños por cumplir?
 

Liberté. Bonita utopía ¿verdad? Bella pesadilla. Infierno.



miércoles, 10 de julio de 2013

La chica de al lado #3

Barcelona, 2009

Ariel le dio una última calada al cigarrillo antes de lanzarlo al suelo y pisarlo con sus viejas Coverse. Volvió a mirar la hora: María llegaba tarde. Otra vez. Se apoyó contra el muro de piedra, cruzándose de brazos, dispuesta a estrangular a su hermana en cuanto se le ocurriese salir de la boca del metro.

Se encontraba en una de las calles más concurridas de la ciudad, una de esas en las que nadie vive en los edificios, donde solo hay despachos y tiendas que se pelean por tener el escaparate más vistoso. De esas tiendas en las que nunca la dejarían entrar, como en esa gilipollez de película de la Roberts. ¿Desde cuándo las putas se vuelven ricas y tienen un final feliz?

De repente, salió de una de esas tiendas, justo enfrente de ella, Caro. Vestida como una estrella de Hollywood, con enormes gafas de sol, y todo. ¡Qué tonta que soy! No sabéis quien es Caro. Pues Caro es…Caro. No creo que haya nadie como ella, o al menos eso espero. ¿Por qué? Ahora os lo cuento.

La reina de nada

Carolina Torres. Un nombre común, un nombre cualquiera. ¿Quién es?, te preguntarás. Nadie lo sabe con certeza. Su forma de andar, de mirar a la gente es única. No intenta ocultar lo que es, ni se molesta en disimularlo. Es rica, por lo que viste y habla como tal. Y te trata con frialdad y desdén como si tu sola presencia, tu respiración le hastiase. Parece superior a todos nosotros, o al menos eso te hace creer con una simple sonrisa.

Cada mañana su chofer la lleva al colegio en un flamante automóvil con los cristales tintados y aparca justo delante de la puerta. Entonces, ella se baja, como toda una señorita, y se despide de él lanzándole un beso. Según las malas lenguas, ella pasa más tiempo con él que con sus padres.

En las escaleras la esperan Nuria y Pilar, sus “secuaces”, cada cual más imbécil que la otra, una con su yogurt desnatado sin azúcar recién comprado, la otra con los libros de la primera clase. Ella los coge, sin decir ni mu y apenas prueba el desayuno antes de que acabe en el fondo de la basura.

Al entrar, todo el mundo se queda callado, embobados con ella. La observan, la examinan en busca de algún error, de algún cambio: el pelo encrespado, un agujero en las medias o unos ojos sin maquillar. Pero no. Su melena rubia se balancea hasta la cintura, lleva el uniforme impoluto y el maquillaje sigue en su sitio. Va perfecta, como siempre.

Pero lo que nadie sabe, es lo que realmente siente Carolina mientras atraviesa los pasillos, con sus altos tacones repiqueteando contra las baldosas. No deja de pensar que ha engordado un kilo, que tiene que comer menos, que se va a volver una foca. Y que todo el mundo lo está pensando. Que se van a reír y se burlarán. Y por un momento está a punto de echarse a llorar como una niña pequeña. Pero sigue, sin titubear ni un sólo instante, como cada día. Sí, para ella ese paseo es como el mismísimo infierno, aunque nunca lo haya visitado. Seguro que en algo se parece.

Carolina es una alumna de sobresalientes, aunque algunos se empeñen en tacharla de cabeza hueca. No, esa melena dorada no tiene ni un pelo de tonta. Pero ¿de qué le sirve? Si cuando llegan las notas, su padre apenas las mira y le dedica una sonrisa vacía, como si no le importara. Bueno, es que le da igual.

Sabéis, ella cree sus padres no la quieren. Y lo peor, es que no se equivoca. Fue criada por un ejército de niñeras que se ocupaban de ella las 24 horas del día, sin apenas ver a sus padres.

Hoy en día, Carolina come cada sábado con su madre, el único día que la ve. Bueno, sólo si su madre no se olvida. Entonces, su hija espera sentada durante horas, rezando para que el retraso de su madre se deba al tráfico. La mayoría de veces es que simplemente se ha marchado al Caribe con sus amigas sin avisar.

La verdad, es que todo el mundo sabe que María Torres nunca quiso tener hijos. No se le dan especialmente bien, dice ella. Pero los accidentes existen ¿no? Aunque nadie se atrevería jamás a decir delante de su hija que ella fue un…imprevisto. Salvo su madre, claro, que le recuerda en cada una de sus citas cómo sería su vida si no tuviera una hija. Aunque, en realidad, hace lo que le da la gana, piensa Carolina.

En cuanto al padre, Francisco Torres, afamado abogado, se pasa el año viajando de una punta a la otra del globo. Y cuando pasa por casualidad por Barcelona, apenas recuerda que tiene una hija. Si la ve, la saluda incomodo, charla con ella un par de minutos y se esfuma tan rápido como ha llegado, seguramente para acabar en la cama de su amante de turno.

No, los padres de Carolina no están divorciados, y la verdad es que no creo que lo lleguen a hacer ¿Para qué? Ella se aprovecha del dinero de él, mientras que él se aprovecha de las amistades de ella, o bien para hacer negocios, o bien para meterse en su cama. Todos están contentos con la relación. Ya lo sé, no es un cuento de hadas, ni mucho menos, pero es que para ellos el amor nunca fue lo más importante. Ni lo segundo, ni lo tercero.

Sin embargo, y por extraño que parezca, Carolina sí que sueña con hadas madrinas, príncipes azules, y corceles blancos. Porque sabe que son lo único que la puede salvar de su mundo, un mundo en el que reina. Ella manda, desde una hermosa habitación en uno de los áticos más caros de la ciudad. Una habitación enorme, con largos ventanales que dan al mar, una cama doble desde la que se puede contemplar el amanecer; muchas veces convertida en una cárcel, en una alta torre amurallada a la que nadie puede acceder.


Quiere que la saquen de allí, que la rescaten de su propio castillo. Quiere escapar, pero no puede. Sí, desearía huir, desparecer, marcharse lejos. Sólo sueña con acabar con ese armario lleno de ropa de marca, reflejo de su infelicidad, con las dietas, con las falsas sonrisas, con todo ese maquillaje y máscaras que esconden la verdad. Porque se ha dado cuenta de que está vacía, de que necesita más.  Que su mundo no es más que campos de desolación, surcados por ríos salados, salados por las lágrimas que brotan de sus ojos, llenos de grietas, de profundas heridas sin sanar. Sí, ella siempre ha sido la reina, la reina de todo, o eso ha creído, porque ya no le queda nada, o quizá es que nunca lo ha habido. 

La chica de al lado


domingo, 7 de julio de 2013

Oxford #1: Sunday Morning

Verde. Es lo primero que se te viene a la mente. Verde brillante y luminoso, resplandece bajo el sol. Un verde perfecto.

La brisa, una suave caricia, hace temblar el agua. Los rayos de luz llegan hasta el suelo, atravesando una maraña de ramas, que se elevan hacia al cielo, disfrutando del verano, mientras que gruesos troncos, viejos, llenos de arrugas, se alzan como gigantes sobre llanuras de césped, dispuestos a proteger a los indefensos.

Miro a mi alrededor y me pregunto cómo he acabado aquí. Y es que no suelo tener tanta suerte. Ha sido pura casualidad. Una bolsa con comida, un paseo sin rumbo y ganas de paz. Un picnic improvisado. Cosas que pasan a veces. O por una vez, quizá he hecho algo bien.

Estirada sobre  la hierba observo el cielo, sin nubes, de un azul…cielo. Como en mi caja de colores. De repente una sonrisa lo esconde. Una sonrisa blanca y unos ojos chispeantes me preguntan con un inglés marcado: Helena, don’t you think this is Paradise? Asiento somnolienta, y me incorporo, apoyando los codos sobre la tierra, sin que me importe mancharme. Sí, posiblemente esto sea lo más cerca que esté del paraíso.

Las chicas están acabando de comer, riendo, hablando en voz alta. ¿Qué importa? Nadie puede oírnos. Daria, una rusa pelirroja, bohemia, con cuerpo de muñeca, sonrisa de ángel y apetito voraz, saca una bolsa de galletas, haciéndonos babear a todas. Y es que no son unas galletas cualquiera. Como dice ella: the best cookies in town. Sí que lo son, lo juro. Ben’s Cookies y sus galletas de chocolate se han convertido en nuestro secreto, nuestro pequeño placer culpable. Tampoco es que hayan cambiado nuestra vida, pero sí que la han hecho más dulce y deliciosa.

Todas empezamos a saborearlas, cerrando los ojos. Aquí a nadie le importa su peso, su cuerpo y todas esas estupideces. Nadie se queja por ir a comer hamburguesas o se niega a merendar esos cupcakes tan monos. Sí, este sitio se acerca cada vez más al paraíso. Con pasos de gigantes.

Adam Levine canta una de mis canciones favoritas, y me vuelvo a estirar mientras hablamos de música, series y películas. Me entero de que todas son adictas a Gossip Girl, fans de Blair y Chuck, detractoras de Serena. ¡Qué bien me caen estas chicas!

Bromeamos, hacemos el tonto, sin que nos importen las apariencias. Parece que nos conocemos desde siempre, haciéndome sentir que estoy en el lugar correcto. ¡Qué raro que me sienta como en casa cuando mi verdadero hogar está a quilómetros de aquí! Pero ellas lo consiguen, con conversaciones en un inglés chapurreado, lleno de palabras extranjeras, de sonrisas reales. Y sé que estos momentos, pese a lo simples que son, quedarán grabados para siempre en mi memoria.

Daniela, Elena, Estelle, Marilú, Daria y yo. Un grupo ecléctico, pintoresco, personalidades distintas, estilos diferentes, orígenes opuestos, que conectan sin saber muy bien cómo.

Terminamos y nos levantamos con la certeza de que volveremos. Pero ahora toca Cowley Carnival, aunque esa es una historia diferente, que quizá contaré otro día.



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lunes, 24 de junio de 2013

Noche. Oscuridad.

Noche. Oscuridad. Un cielo sin estrellas. Un camino sin final. Cuando salen monstruos del armario, de debajo de la cama, y nuestros miedos se hacen realidad. ¿Cuántos niños la temen? Duermen aferrados a sus ositos de peluche, protegidos por capas de mantas, y si las cosas se ponen feas, salen disparados hacia la cama de sus padres.

Conversaciones especiales, recuerdos inolvidables. Y es que de noche todo resulta más mágico ¿Por qué? Yo qué sé. Quizá es que en cuanto la luz se va, cambiamos, nos relajamos, somos más felices. Quizá sólo sea yo.

Desaparecen los problemas, te sumerges en el mundo de los sueños. Divertidos, románticos, horribles. Y siempre surrealistas. Un mundo sin horizontes, sin límites. En el que cabe todo lo que puedas imaginar. Libertad de soñar, escribí una vez. Vives otras vidas, descubres nuevos lugares y te reencuentras con personas olvidadas, que ni siquiera te molestaste en conocer. Son segundas oportunidades, para decir lo que no pudiste, para hacer lo que no te dejaron.

Entonces despiertas, y la rutina te explota en la cara. Sin avisar. Y necesitas un café cargado y una ducha larga para bajar el regusto amargo que te deja. Porque sabes que te quedan algunas horas hasta volver a ese gran mundo, o pequeño, según quién lo juzgue. Para mí el mejor. No es que odie mi vida, sino que mi mente crea una que me gusta mucho más. Y es que la realidad no es siempre la mejor versión de una historia.




miércoles, 19 de junio de 2013

Mi rincón

Hace tanto, tanto tiempo que no escribía en mi pequeño rincón. Pero, ¡ya está! He terminado todos mis exámenes, todos mis trabajos, todo lo que tenía que hacer. Por fin. Ahora empieza mi verano, bueno no literalmente. Porque aquí en Barcelona aún no ha llegado el verdadero calor y esperemos que no lo haga hasta que yo vuelva a tierras inglesas, que por lo que me han contado, el tiempo sigue como siempre (nublado y lluvioso).

Bueno, hoy quería compartir otro rincón de mi vida: mi habitación. Es algo especial, algo diferente, un poco como yo. Mi refugio, mi mundo.
         

 Esta foto ocupa toda una pared de mi cuarto. No sé dónde la hicieron, pero en cuánto la vi supe que era perfecta. ¿Hay algo mejor que despertarse cada día con una puesta de sol espectacular sobre el mar azul?




A la izquierda está mi cama, el mejor lugar del mundo . Por si no lo sabéis, mi habitación parece Siberia durante el invierno, por eso cogí el edredón más gordo. Además me encantan los dibujos de la colcha. El cojín que hay encima es de Istambul: sí, es cutre, lo sé, pero en cuanto lo vi en el Gran Bazar, fue amor a primera vista, y conseguí regatear hasta comprarlo por unos 3 euros. La verdad es que no pude dejar de sonreír en todo el día, y ahora no puedo dormir sin él.  Otro souvenir es la máscara que compré en Venecia hace algunos años. Me pasé horas y horas buscando una perfecta, hasta que al final la encontré en tienda enana de una calle perdida entre tantos canales. Son caras, pero merece la pena comprarlas porque son recuerdos especiales.

A la derecha está mi armario, bueno, o lo que sería mi armario. Necesita una buena limpieza y que se vacíen un poco las estanterías.  Adoro comprar y a mi madre también, por lo que mi armario está a punto de explotar ¡Vivo con el miedo de que un día se me caiga la ropa encima!. Al final, he llegado a la conclusión de que cuando tenga casa propia, es necesario que haya un vestidor enorme, necesario de verdad, tipo el de Carrie en Sexo en Nueva York, con armario para zapatos y todo, porque eso sí, los tacones y yo somos inseparables. Es una de mis pequeñas adicciones.




Este es mi querido escritorio, que debe tener unos 8 años, y lo debo haber utilizado menos de una decena de veces (aquí he exagerado un poco). Como podéis ver en la foto, me sirve de almacén a pequeña escala: libros, cuadernos, joyeros y la lámpara de perchero.

Eso sí, es muy bonito, queda genial en la habitación, pero es que yo soy más de estudiar en la cama,  o paseándome por la casa, de arriba a abajo.


Ésta es otra esquina de mi cuarto: lo que queda de mis peluches después de que mi madre hiciera limpieza hace algunos años (tenía millones y millones, y estos son los únicos que pude salvar de la basura), un baúl que es mejor no abrir, a saber lo que hay dentro, y mi carpeta de dibujo camuflada detrás. Sí, voy a clases de dibujo, porque me gusta mucho aunque en realidad no se me dé demasiado bien.  Es muy frustrante. 




Be always happy, or at least try it!
Because with a smile, the world seems a better place.







A la izquierda otra esquina especial, el significado de mi nombre. No sé si me define muy bien pero me hacía ilusión tenerlo, y un año los Reyes Magos lo dejaron a lado de los demás regalos. A la derecha, un prueba evidente de mi amor por los tacones. Los negros me encantan, pero con los rosas fue amor a primera vista, me llamaron desde la estantería de Stradivarius y tuve que comprármelos (¡No tuve más remedio!). ¿Y el bolso? Espectacular. No puedo esperar a tener otra ocasión para llevarlo.


Éste es el estado de mi habitación cuando estoy de exámenes. Como veis estudio en la cama, porque mi escritorio desaparece (literalmente). Y sí soy capaz de vivir en un sitio así. Es perfecto.


lunes, 20 de mayo de 2013

Volar. Vivir.

 Risas. Gritos. Bailes de caderas, brazos en el aire. Como si no hubiese un mañana, viven hoy, y con eso les basta.

Besos. Abrazos. Vestidos, faldas y tacones. Maquilladas, andan como si fuesen superestrellas. A lo mejor lo son, o lo serán.

Noche. Luces. El bolso en una mano, en la otra la copa. Hablan por los codos, aunque ninguna se entiende. Tampoco es que les importe.

Se lo pasan bien. Bailan bajo los focos ardientes de la pista, al ritmo de la música, sin darse cuenta de que son el centro de la fiesta, de cómo todo el mundo las observa. Les da igual. Ellas están ahí para olvidar. Al estúpido jefe de turno, al novio que se ha largado con la secretaria, a la imposible compañera de piso, a la madre que no deja de incordiar.

Lo tienen todo, pero sienten que no les queda nada. Quizá sólo sea el cansancio, quizá sea verdad. Quieren vivir, y ya no saben cómo. Por eso han salido a bailar hasta el amanecer, a emborracharse hasta no recordar nada.

Ahí, bajo un cielo sin estrellas, son libres. No hay quejas, preguntas, ni silencios incómodos. No existe el pasado, ni siquiera el futuro. Nada, sólo ellas por esta vez.

Volar. Vivir. Reírse a carcajadas, llorar de felicidad. Pasean por las calles, viejas y sabias, mientras el sol empieza a iluminar el asfalto.

Abrazos. Despedidas. ¿Cuándo se volverán a ver?, se preguntan antes de quedarse dormidas.

Sueños. Esperanza. Deseos de libertad, miedos infantiles. El sol está en lo más alto, y ellas vuelven a su cautiverio, a sus cadenas invisibles. ¿Qué ataduras? El día a día. La rutina, la normalidad.

Y es que ¿somos realmente libres? Quizá sí, quizá no, quizá sólo en sueños. 



miércoles, 15 de mayo de 2013

Demonios bailando


La vida es difícil. Es irónico que yo lo diga ¿no? La tengo medio resuelta desde que nací. Pero eso no ha impedido que me ponga trabas, obstáculos y trampas. A cada esquina que cruzo. Y que yo haya caído una y otra vez.

A veces la gente no comprende que alguien pueda tener millones de personalidades. Existe la chica loca por los tacones, la que disfruta como una niña viendo Harry Potter, la que le gusta hacer pasteles, la fría como el hielo, la adicta a los libros de asesinatos y a Gossip Girl, la sarcástica y la comprensiva. Y todas son una sola chica. YO.

Y como la gente no lo entiende, no llegan a conocerme. Aunque, ¿puedes conocer a alguien completamente? Creo que no, y tendríamos que empezar a asumirlo. Sino después vienen eso “Era un chico encantador y de lo más normal”, “Jamás imaginamos que esto acabaría ocurriendo”, “Siempre tenía una palabra amable”. ¿No os recuerdan al telediario? Se oyen cada dos por tres, cuando algún conocido empieza a describir a su vecino asesino, a su amigo terrorista. ¿Quién habría pensado que alguien podría hacer algo así? No llevamos escrito lo que somos en la frente, porque no somos una sola persona.

Todos tenemos nuestros propios demonios, escondidos detrás de una sonrisa brillante, de una fachada construida cuidadosamente. Y debajo de esa máscara de mentiras, encontrarás miedo y odio, ira y deseo. Un coctel explosivo imposible de apaciguar. Porque la furia, el resentimiento, la violencia se acumulan, hasta que estallan, como una bomba de relojería. Y entonces pasa lo que pasa.

No intentes entender a alguien del todo, porque cuando lo hayas clasificado y etiquetado debidamente en tu cabeza, comprenderás que te has equivocado. Por las buenas o por las malas. Y es que las personas somos más complicadas de lo que parece. Ese es el gran peligro. “Don’t get too close, it’s dark inside, It’s where my demons hide”. Y acabará haciéndote daño, quizá sin darse cuenta.

Pero, no sé cómo, siempre acabamos cayendo en la madriguera, volviendo a confiar en alguien, pensando que nada sucederá. ¿Y quién dice que pasará algo? La vida es bella (¡no me refiero a la peli!), digan lo que digan. Y hay tanto que hacer, tanto que vivir. Nadar con delfines, tomar toneladas de helado, dar la vuelta al mundo, bailar hasta el amanecer, escribir libros, inventar historias. ¿Y qué si de vez en cuando tropezamos con algún demonio? Yo seguiré bailando. Hasta el amanecer, sobre el frío asfalto, bajo la lluvia o el sol, en ciudades perdidas, en lugares por descubrir ¿Quieres tú también? Pues ven aquí, aunque nunca lleguemos a conocernos de verdad, aunque nos hagamos daño, aunque duela. Aunque las heridas nunca sanen, aunque queden cicatrices imborrables. Aunque nos caigamos ¿Te levantarás y seguirás bailando? Yo hasta que el tiempo acabe conmigo.