Verde.
Es lo primero que se te viene a la mente. Verde brillante y luminoso,
resplandece bajo el sol. Un verde perfecto.

Miro
a mi alrededor y me pregunto cómo he acabado aquí. Y es que no suelo tener
tanta suerte. Ha sido pura casualidad. Una bolsa con comida, un paseo sin rumbo
y ganas de paz. Un picnic improvisado. Cosas que pasan a veces. O por una vez,
quizá he hecho algo bien.
Estirada
sobre la hierba observo el cielo, sin
nubes, de un azul…cielo. Como en mi caja de colores. De repente una sonrisa lo
esconde. Una sonrisa blanca y unos ojos chispeantes me preguntan con un inglés
marcado: Helena, don’t you think this is
Paradise? Asiento somnolienta, y me incorporo, apoyando los codos sobre la
tierra, sin que me importe mancharme. Sí, posiblemente esto sea lo más cerca
que esté del paraíso.
Las
chicas están acabando de comer, riendo, hablando en voz alta. ¿Qué importa?
Nadie puede oírnos. Daria, una rusa pelirroja, bohemia, con cuerpo de muñeca,
sonrisa de ángel y apetito voraz, saca una bolsa de galletas, haciéndonos
babear a todas. Y es que no son unas galletas cualquiera. Como dice ella: the best
cookies in town. Sí que lo son, lo juro. Ben’s Cookies y sus galletas de
chocolate se han convertido en nuestro secreto, nuestro pequeño placer
culpable. Tampoco es que hayan cambiado nuestra vida, pero sí que la han hecho más
dulce y deliciosa.
Todas
empezamos a saborearlas, cerrando los ojos. Aquí a nadie le importa su peso, su
cuerpo y todas esas estupideces. Nadie se queja por ir a comer hamburguesas o
se niega a merendar esos cupcakes tan monos. Sí, este sitio se acerca cada vez
más al paraíso. Con pasos de gigantes.
Adam
Levine canta una de mis canciones favoritas, y me vuelvo a estirar mientras
hablamos de música, series y películas. Me entero de que todas son adictas a
Gossip Girl, fans de Blair y Chuck, detractoras de Serena. ¡Qué bien me caen
estas chicas!
Bromeamos,
hacemos el tonto, sin que nos importen las apariencias. Parece que nos conocemos
desde siempre, haciéndome sentir que estoy en el lugar correcto. ¡Qué raro que
me sienta como en casa cuando mi verdadero hogar está a quilómetros de aquí!
Pero ellas lo consiguen, con conversaciones en un inglés chapurreado, lleno de
palabras extranjeras, de sonrisas reales. Y sé que estos momentos, pese a lo
simples que son, quedarán grabados para siempre en mi memoria.
Daniela,
Elena, Estelle, Marilú, Daria y yo. Un grupo ecléctico, pintoresco,
personalidades distintas, estilos diferentes, orígenes opuestos, que conectan
sin saber muy bien cómo.
Terminamos
y nos levantamos con la certeza de que volveremos. Pero ahora toca Cowley
Carnival, aunque esa es una historia diferente, que quizá contaré otro día.
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