lunes, 24 de junio de 2013

Noche. Oscuridad.

Noche. Oscuridad. Un cielo sin estrellas. Un camino sin final. Cuando salen monstruos del armario, de debajo de la cama, y nuestros miedos se hacen realidad. ¿Cuántos niños la temen? Duermen aferrados a sus ositos de peluche, protegidos por capas de mantas, y si las cosas se ponen feas, salen disparados hacia la cama de sus padres.

Conversaciones especiales, recuerdos inolvidables. Y es que de noche todo resulta más mágico ¿Por qué? Yo qué sé. Quizá es que en cuanto la luz se va, cambiamos, nos relajamos, somos más felices. Quizá sólo sea yo.

Desaparecen los problemas, te sumerges en el mundo de los sueños. Divertidos, románticos, horribles. Y siempre surrealistas. Un mundo sin horizontes, sin límites. En el que cabe todo lo que puedas imaginar. Libertad de soñar, escribí una vez. Vives otras vidas, descubres nuevos lugares y te reencuentras con personas olvidadas, que ni siquiera te molestaste en conocer. Son segundas oportunidades, para decir lo que no pudiste, para hacer lo que no te dejaron.

Entonces despiertas, y la rutina te explota en la cara. Sin avisar. Y necesitas un café cargado y una ducha larga para bajar el regusto amargo que te deja. Porque sabes que te quedan algunas horas hasta volver a ese gran mundo, o pequeño, según quién lo juzgue. Para mí el mejor. No es que odie mi vida, sino que mi mente crea una que me gusta mucho más. Y es que la realidad no es siempre la mejor versión de una historia.




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