viernes, 30 de agosto de 2013

Canciones de Agosto'13

Hoy inauguro una nueva sección del blog: mis canciones favoritas del mes. Las que más he escuchado, tarareado y cantado. No tienen porque ser nuevas, en realidad veréis que algunas ya tienen algunos meses e incluso años, pero este mes se me han pegado.

1. Haven't Met You Yet - Michael Bublé

   Parte Favorita:
I might have to wait, I'll never give up
I guess it's half timing and the other half's luck
Wherever you are, whenever it's right
You'll come out of nowhere and into my life"





2. Hopeless Wanderer - Mumford & Sons 


 Parte Favorita:

 "So when your hope's on fire
 But you know your desire
 Don't hold a glass over the flame
 Don't let your heart grow cold
 I will call you by name
 I will share your road"



3. Holy Grail - JAY-Z ft. Justin Timberlake

 Parte Favorita:
"And baby, it’s amazing I’m in this maze with you
I just can’t crack your code
One day you screaming your love aloud
The next day you’re so cold
One day you here, one day you there, one day you care
You’re so unfair
Sipping from your cup till it runneth over
Holy Grail"

4. La La La -Naughty Boy ft. Sam Smith

  Parte Favorita:
 "I'm covering my ears like a kid
 When your words mean nothing,  I go la la la
 I'm turning up the volume when  you speak
 'Cause if my heart can't stop it, I  find a way to block it, I go
 La la, la la la la la na na na na "



5. It's A Beautiful Day - Michale Bublé

Parte Favorita:

"Cause you may not believe 
That baby, I’m relieved 
When you said goodbye,
 my whole world shines"



6. Safe And Sound - Capital Cities

   Parte Favorita: 

   "I could lift you up 
   I could show you what you want 
   to see 
   and take you where you want to 
  be"





miércoles, 28 de agosto de 2013

Oxford #4: War on the River

Una tarde como otra cualquiera, nos aburríamos y decidimos dar un paseo por el Tamésis. Así que hicimos dos grupos y alquilamos dos tipos de barcas:

- Georgia (sí, tenían nombre): una barquita normal, azul que venía con sus remos y todo, clavada a la barca de la Sirenita. 
Team Georgia: Marilu, Elena, Vincent y yo.

- Laura: una góndola que viene normalmente con un gondolero que la guía. Sin embargo, como costaba menos sin el gondolero, la alquilaron, diciendo que ellos ya se encargarían de ocupar su lugar. Cosas de los estudiantes extranjeros. 
Team Laura: Daria, Estelle, Daniela, Simon y Luiz Felipe. Ninguno había visto una góndola en su vida, por eso no quise arriesgarme y me apunté al otro equipo.

Cuando estuvimos todos en nuestros sitios, empezó la carrera.



Salimos los primeros...


...mientras Simon lidiaba con el maldito palo.

Daria se hartó, y viendo que con Simon no avanzaban, se puso al mando de la embarcación.

 Aunque a Vincent también le costó un poco cogerle el truco a la barca, pronto nos pusimos en cabeza, y viendo que teníamos tanta ventaja, paramos y nos dedicamos a hacernos fotos, dar de comer a los patos y hacer fotos de como se estrellaba la góndola.



La góndola cambió otra vez de capitán pero no les fue mucho mejor...


...Luiz Felipe causó varios accidentes.


Entonces Vincent nos traicionó pasándose al otro equipo. En realidad, fue un gesto de solidaridad para que no nos pasáramos la noche en el río. 


Se nos coló un polizón enemigo que intentó imponerse, pero Elena tuvo al final que coger lo remos de nuestra barca, porque los demás habíamos demostrado que para eso no valíamos.


 Empezamos a remar como locos, bloqueandonos el paso mutuamente, agarrando las barcas para impedir que pudiésemos avanzar, tirándonos agua. Imaginad la cara de los que pasaban a nuestro lado: estaban flipando en colores.


 Por supuesto, nuestra Georgia aguantó el ritmo y ganamos la carrera.


lunes, 26 de agosto de 2013

Oxford #3: The End

Último post sobre Oxford, o voy a tener que coger un avión y volver corriendo allí. ¡Cuánto lo echo de menos! Pero estas cosas hay que superarlas y seguir adelante, sin mirar atrás, sin quedarte estancado en los recuerdos. Girar esa página que se resiste, aferrándose a tus dedos.


Conocí a personas increíbles, visité lugares de ensueño (la campiña inglesa es como un cuento de hadas cuando el sol se decide a brillar) y viví momentos inolvidables. Aquí os dejo algunas fotos. 

 Salida de chicas, o mejor dicho de italianas (¡yo era la intrusa!) pero me lo pasé genial. Eso de que las italianas tienen mucha vida es totalmente verdad, y tengo que confesar que al final de la noche cuesta seguirles el ritmo a estas terremotos y torbellinos.


 Comida en el pub...el menú de siempre: hamburguesa con patatas. Eso de tener que ahorrar no sienta nada bien, pero con la compañía que tenía la verdad es que tampoco importaba.


 Mi "clase". Mejor ponerla en comillas, porque eso parecía más el recreo que una clase de verdad, pero papá y mamá, aprendí mucho mucho inglés!


 Día de punting. Si mal no recuerdo acabamos todos empapados y con agujetas de tanto reír. Tarde memorable, muy memorable.


 Otra de mis clases. Aquí la verdad es que nos portábamos mejor.

 Mis chicas...las echo de menos...


 Última noche de mi rusa favorita, y el mono de detrás también le cogí cariño, aunque le dejé claro que España ganará la copa del mundo el año que viene, y que Brasil no tiene nada que hacer contra la Roja.


 Otra vez el mono. 

Clase entera, en plan formalito...esa noche nos fuimos de fiesta y ya os digo yo que allí ya no parecíamos tan buenos. 



martes, 13 de agosto de 2013

Oxford #2: Carnaval en Cowley

Colores por todas partes, brillantes y luminosos. La gente habla por los codos, ríe a carcajadas y bebe de sus cervezas de barril esperando a que todo empiece. ¿Qué empiece el qué?, os preguntareis. El carnaval de Cowley Street.

Un domingo en pleno mes de julio, media población de Oxford (¡por lo menos!) se reúne en Cowley Street donde se celebra un carnaval. Sí, carnaval en julio, como os lo digo. Y yo, fan incondicional del carnaval de Notting Hill (¡aunque nunca he podido ir!), no me podía perder esta nueva aventura.

Así que bajo un sol de justicia (parece que la lluvia decidió irse de vacaciones todo el mes de julio, y se lo agradezco), nos plantamos unas amigas y yo en Cowley Street, dispuestas a disfrutar de un buen espectáculo.


Lo primero que se me pasa por la cabeza es ¿qué coño es esto? Así, tal cual os lo digo. No se parece en nada a otros grandes carnavales como el de Cádiz, Río de Janeiro o Venecia. Se trata de algo más…de pueblo. Hay muchos niños disfrazados, cuyos trajes han sido fabricados por ellos mismos en los colegios de los alrededores. Algunos de lo más extraños, la verdad. También había una orquesta (sí, son los que bailan arriba antes del desfile mientras un grupo callejero toca la canción de la Pantera Rosa no sé cómo se llama en realidad, pero es la que todo el mundo conoce).




 La verdad es que había grupos que se habían currado mucho los disfraces.


Llegamos justo a tiempo y avanzamos como podemos entre la muchedumbre para conseguir las mejores vistas. Finalmente nos hacemos un huequito en primera fila, después de una serie de empujones y mala leche. Entonces, los músicos callejeros dejan  de tocar, y empieza el verdadero show.

La gente baila y sonríe mientras intentan hacerse una foto con los protagonistas del desfile.


Al final todo acaba, la gente se dispersa, la música vuelve a sonar y nosotras, acaloradas y cansadas nos vamos a South Park, un parque de dimensiones monstruosas (necesitamos uno así en Barcelona urgentemente) y nos tomamos un helado de Ben & Jerry’s mientras hablamos de todo y de nada. ¿Hay mejor plan para un domingo?





jueves, 18 de julio de 2013

Liberté

Liberté. Así la llaman los franceses, y así la llamaré yo. Suena más fino, más culto…como todo lo francés ¿no? Liberté, Egalité, Fraternité es su lema. Ellos saben de todo esto, o eso aparentan. En realidad, no tienen ni idea, como todo el mundo.

Liberté es francesa, o así me la imagino. ¿Qué aspecto tendrá? Siempre la han pintado bella, como si fuese una diosa griega. La piel nívea, la mirada límpida, una sonrisa serena que me recuerda la Mona Lisa. Un ángel caído del cielo dispuesto a luchar por nosotros. Pero ya sabéis como son los artistas, siempre se dejan llevar por la belleza y se olvidan de lo demás. Exageran, maquillan la verdad.

Liberté esconde algo, como toda mujer que se precie. Aunque sus secretos son más oscuros, más dolorosos. Y es que detrás de esa máscara de inocencia, se encuentra la muerte. Fría. Oscura. ¿Cuántos hombres se han matado por ella? ¿Miles? ¿Millones? Españoles, Franceses, Ingleses, no importa su origen, no importa su edad. Cadáveres descuartizados. Heridas de guerra. Sangre. Mucha. Todo por la misma mujer. Pero ella huye, sin que nadie la pueda alcanzar. Se te escapa entre los dedos, como el agua, dejando tras de sí la destrucción. Caos.

Liberté y yo aún no nos conocemos. No he tenido ese placer. Aunque no sé si eso es bueno o malo. Mejor no pregunto. Bueno, si alguien la ve, que le diga que pase por Barcelona, que me busque. Que me gustaría tomar un café con ella. O crêpes con Nutella, más francés. Pero que venga sin hacer ruido, que se disfrace, que no provoque mucho escándalo. Los catalanes ya están suficientemente exaltados como para que aviven más el fuego. Y España también. Ya lo sabéis ¿no? Y si no leed los periódicos, que aparece en la portada cada día, para que no vivamos en paz. Como si no tuviésemos ya demasiados problemas. ¡Esperad! Me desvío del tema, es lo que siempre me pasa cuando me enfado.

Liberté y yo no nos caeríamos bien. Estoy segura. Y es que no me entusiasman las mujeres que van dejando tras ella un rastro de corazones rotos. Un sendero de lágrimas, de desesperación. Ese el problema de los hombres: que se enamoran, que caen rendidos a sus pies para que ella los maneje a su antojo, como marionetas en una obra de teatro que ella se encarga de escribir. Que pierden la cabeza por ella. Literalmente. ¿Ella disfruta del sangriento espectáculo? Como una niña con un juguete nuevo. Sino ¿por qué no se rinde? ¿Por qué sigue esfumándose en cuanto cumple su objetivo?

Liberté. Su nombre da esperanzas a los que buscan un camino, hace soñar a los que están perdidos. Su estatua en Nueva York, francesa por supuesto, con la llama en un brazo, guía a través de la oscuridad a los infelices, a los desesperados, a los que ya no les queda nada o que nunca lo tuvieron, prometiéndoles una vida mejor, llena de oportunidades. Estados Unidos de América. El sueño americano que todos queremos cumplir. ¿Lo consiguen? ¿Es real? Que se lo pregunten a los habitantes del Bronx, a los inmigrantes mexicanos echados a patadas, a Snowden y a Assange, escondidos de su propio gobierno. Mucho Obama, mucho Hollywood, mucho cuento.

Liberté. ¿Cómo sería Liberté? Sería egoísta, superficial, fría, porque los sentimientos esclavizan. Irresponsable y caprichosa como los niños, viviendo sin preocupaciones, haciendo lo que le dé la gana. Solitaria, porque cada sociedad tiene sus propias reglas y leyes. Inteligente o estúpida, tampoco importa.

Liberté no es humana. Y es que los humano no podemos ser libres, aunque todos pensemos que lo somos. Ni siquiera los franceses, sus creadores. Bonita mentira que inventaron, una mentira peligrosa que induce a la locura. Somos esclavos, y ni siquiera lo sabemos, no nos damos cuenta. Sin embargo, no somos esclavos de otras personas, como los africanos en las plantaciones de tabaco en América. No se nos compra, ni se nos vende. Bueno, menos a los políticos y a los futbolistas. Somos esclavos del dinero, de la belleza, del amor. De nuestros miedos y necesidades. De nosotros mismos.

Liberté no existe. Es un fantasma, un espíritu, una brisa que viaja por el mundo, que te susurra palabras bonitas al oído, que te hace creer que hay algo mejor allí fuera. Te vuelve loco. Y ya no puedes vivir sin ella. No duermes, no comes, no vives. Como los enamorados: esclavos al fin y al cabo. Irónico ¿no? Y se va, dejando tu mundo patas arriba, perdido en mitad de la nada, buscando a ciegas el camino de vuelta a casa. Sumido en la melancolía ¿Cómo volver a empezar? ¿Cómo volver atrás? ¿Qué hacer con todos esos sueños por cumplir?
 

Liberté. Bonita utopía ¿verdad? Bella pesadilla. Infierno.



miércoles, 10 de julio de 2013

La chica de al lado #3

Barcelona, 2009

Ariel le dio una última calada al cigarrillo antes de lanzarlo al suelo y pisarlo con sus viejas Coverse. Volvió a mirar la hora: María llegaba tarde. Otra vez. Se apoyó contra el muro de piedra, cruzándose de brazos, dispuesta a estrangular a su hermana en cuanto se le ocurriese salir de la boca del metro.

Se encontraba en una de las calles más concurridas de la ciudad, una de esas en las que nadie vive en los edificios, donde solo hay despachos y tiendas que se pelean por tener el escaparate más vistoso. De esas tiendas en las que nunca la dejarían entrar, como en esa gilipollez de película de la Roberts. ¿Desde cuándo las putas se vuelven ricas y tienen un final feliz?

De repente, salió de una de esas tiendas, justo enfrente de ella, Caro. Vestida como una estrella de Hollywood, con enormes gafas de sol, y todo. ¡Qué tonta que soy! No sabéis quien es Caro. Pues Caro es…Caro. No creo que haya nadie como ella, o al menos eso espero. ¿Por qué? Ahora os lo cuento.

La reina de nada

Carolina Torres. Un nombre común, un nombre cualquiera. ¿Quién es?, te preguntarás. Nadie lo sabe con certeza. Su forma de andar, de mirar a la gente es única. No intenta ocultar lo que es, ni se molesta en disimularlo. Es rica, por lo que viste y habla como tal. Y te trata con frialdad y desdén como si tu sola presencia, tu respiración le hastiase. Parece superior a todos nosotros, o al menos eso te hace creer con una simple sonrisa.

Cada mañana su chofer la lleva al colegio en un flamante automóvil con los cristales tintados y aparca justo delante de la puerta. Entonces, ella se baja, como toda una señorita, y se despide de él lanzándole un beso. Según las malas lenguas, ella pasa más tiempo con él que con sus padres.

En las escaleras la esperan Nuria y Pilar, sus “secuaces”, cada cual más imbécil que la otra, una con su yogurt desnatado sin azúcar recién comprado, la otra con los libros de la primera clase. Ella los coge, sin decir ni mu y apenas prueba el desayuno antes de que acabe en el fondo de la basura.

Al entrar, todo el mundo se queda callado, embobados con ella. La observan, la examinan en busca de algún error, de algún cambio: el pelo encrespado, un agujero en las medias o unos ojos sin maquillar. Pero no. Su melena rubia se balancea hasta la cintura, lleva el uniforme impoluto y el maquillaje sigue en su sitio. Va perfecta, como siempre.

Pero lo que nadie sabe, es lo que realmente siente Carolina mientras atraviesa los pasillos, con sus altos tacones repiqueteando contra las baldosas. No deja de pensar que ha engordado un kilo, que tiene que comer menos, que se va a volver una foca. Y que todo el mundo lo está pensando. Que se van a reír y se burlarán. Y por un momento está a punto de echarse a llorar como una niña pequeña. Pero sigue, sin titubear ni un sólo instante, como cada día. Sí, para ella ese paseo es como el mismísimo infierno, aunque nunca lo haya visitado. Seguro que en algo se parece.

Carolina es una alumna de sobresalientes, aunque algunos se empeñen en tacharla de cabeza hueca. No, esa melena dorada no tiene ni un pelo de tonta. Pero ¿de qué le sirve? Si cuando llegan las notas, su padre apenas las mira y le dedica una sonrisa vacía, como si no le importara. Bueno, es que le da igual.

Sabéis, ella cree sus padres no la quieren. Y lo peor, es que no se equivoca. Fue criada por un ejército de niñeras que se ocupaban de ella las 24 horas del día, sin apenas ver a sus padres.

Hoy en día, Carolina come cada sábado con su madre, el único día que la ve. Bueno, sólo si su madre no se olvida. Entonces, su hija espera sentada durante horas, rezando para que el retraso de su madre se deba al tráfico. La mayoría de veces es que simplemente se ha marchado al Caribe con sus amigas sin avisar.

La verdad, es que todo el mundo sabe que María Torres nunca quiso tener hijos. No se le dan especialmente bien, dice ella. Pero los accidentes existen ¿no? Aunque nadie se atrevería jamás a decir delante de su hija que ella fue un…imprevisto. Salvo su madre, claro, que le recuerda en cada una de sus citas cómo sería su vida si no tuviera una hija. Aunque, en realidad, hace lo que le da la gana, piensa Carolina.

En cuanto al padre, Francisco Torres, afamado abogado, se pasa el año viajando de una punta a la otra del globo. Y cuando pasa por casualidad por Barcelona, apenas recuerda que tiene una hija. Si la ve, la saluda incomodo, charla con ella un par de minutos y se esfuma tan rápido como ha llegado, seguramente para acabar en la cama de su amante de turno.

No, los padres de Carolina no están divorciados, y la verdad es que no creo que lo lleguen a hacer ¿Para qué? Ella se aprovecha del dinero de él, mientras que él se aprovecha de las amistades de ella, o bien para hacer negocios, o bien para meterse en su cama. Todos están contentos con la relación. Ya lo sé, no es un cuento de hadas, ni mucho menos, pero es que para ellos el amor nunca fue lo más importante. Ni lo segundo, ni lo tercero.

Sin embargo, y por extraño que parezca, Carolina sí que sueña con hadas madrinas, príncipes azules, y corceles blancos. Porque sabe que son lo único que la puede salvar de su mundo, un mundo en el que reina. Ella manda, desde una hermosa habitación en uno de los áticos más caros de la ciudad. Una habitación enorme, con largos ventanales que dan al mar, una cama doble desde la que se puede contemplar el amanecer; muchas veces convertida en una cárcel, en una alta torre amurallada a la que nadie puede acceder.


Quiere que la saquen de allí, que la rescaten de su propio castillo. Quiere escapar, pero no puede. Sí, desearía huir, desparecer, marcharse lejos. Sólo sueña con acabar con ese armario lleno de ropa de marca, reflejo de su infelicidad, con las dietas, con las falsas sonrisas, con todo ese maquillaje y máscaras que esconden la verdad. Porque se ha dado cuenta de que está vacía, de que necesita más.  Que su mundo no es más que campos de desolación, surcados por ríos salados, salados por las lágrimas que brotan de sus ojos, llenos de grietas, de profundas heridas sin sanar. Sí, ella siempre ha sido la reina, la reina de todo, o eso ha creído, porque ya no le queda nada, o quizá es que nunca lo ha habido. 

La chica de al lado


domingo, 7 de julio de 2013

Oxford #1: Sunday Morning

Verde. Es lo primero que se te viene a la mente. Verde brillante y luminoso, resplandece bajo el sol. Un verde perfecto.

La brisa, una suave caricia, hace temblar el agua. Los rayos de luz llegan hasta el suelo, atravesando una maraña de ramas, que se elevan hacia al cielo, disfrutando del verano, mientras que gruesos troncos, viejos, llenos de arrugas, se alzan como gigantes sobre llanuras de césped, dispuestos a proteger a los indefensos.

Miro a mi alrededor y me pregunto cómo he acabado aquí. Y es que no suelo tener tanta suerte. Ha sido pura casualidad. Una bolsa con comida, un paseo sin rumbo y ganas de paz. Un picnic improvisado. Cosas que pasan a veces. O por una vez, quizá he hecho algo bien.

Estirada sobre  la hierba observo el cielo, sin nubes, de un azul…cielo. Como en mi caja de colores. De repente una sonrisa lo esconde. Una sonrisa blanca y unos ojos chispeantes me preguntan con un inglés marcado: Helena, don’t you think this is Paradise? Asiento somnolienta, y me incorporo, apoyando los codos sobre la tierra, sin que me importe mancharme. Sí, posiblemente esto sea lo más cerca que esté del paraíso.

Las chicas están acabando de comer, riendo, hablando en voz alta. ¿Qué importa? Nadie puede oírnos. Daria, una rusa pelirroja, bohemia, con cuerpo de muñeca, sonrisa de ángel y apetito voraz, saca una bolsa de galletas, haciéndonos babear a todas. Y es que no son unas galletas cualquiera. Como dice ella: the best cookies in town. Sí que lo son, lo juro. Ben’s Cookies y sus galletas de chocolate se han convertido en nuestro secreto, nuestro pequeño placer culpable. Tampoco es que hayan cambiado nuestra vida, pero sí que la han hecho más dulce y deliciosa.

Todas empezamos a saborearlas, cerrando los ojos. Aquí a nadie le importa su peso, su cuerpo y todas esas estupideces. Nadie se queja por ir a comer hamburguesas o se niega a merendar esos cupcakes tan monos. Sí, este sitio se acerca cada vez más al paraíso. Con pasos de gigantes.

Adam Levine canta una de mis canciones favoritas, y me vuelvo a estirar mientras hablamos de música, series y películas. Me entero de que todas son adictas a Gossip Girl, fans de Blair y Chuck, detractoras de Serena. ¡Qué bien me caen estas chicas!

Bromeamos, hacemos el tonto, sin que nos importen las apariencias. Parece que nos conocemos desde siempre, haciéndome sentir que estoy en el lugar correcto. ¡Qué raro que me sienta como en casa cuando mi verdadero hogar está a quilómetros de aquí! Pero ellas lo consiguen, con conversaciones en un inglés chapurreado, lleno de palabras extranjeras, de sonrisas reales. Y sé que estos momentos, pese a lo simples que son, quedarán grabados para siempre en mi memoria.

Daniela, Elena, Estelle, Marilú, Daria y yo. Un grupo ecléctico, pintoresco, personalidades distintas, estilos diferentes, orígenes opuestos, que conectan sin saber muy bien cómo.

Terminamos y nos levantamos con la certeza de que volveremos. Pero ahora toca Cowley Carnival, aunque esa es una historia diferente, que quizá contaré otro día.



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