Liberté.
Así la llaman los franceses, y así la llamaré yo. Suena más fino, más
culto…como todo lo francés ¿no? Liberté, Egalité,
Fraternité es su lema. Ellos saben de todo esto, o eso aparentan. En
realidad, no tienen ni idea, como todo el mundo.
Liberté
es francesa, o así me la imagino. ¿Qué aspecto tendrá? Siempre la han pintado
bella, como si fuese una diosa griega. La piel nívea, la mirada límpida, una
sonrisa serena que me recuerda la Mona Lisa. Un ángel caído del cielo dispuesto
a luchar por nosotros. Pero ya sabéis como son los artistas, siempre se dejan
llevar por la belleza y se olvidan de lo demás. Exageran, maquillan la verdad.

Liberté y
yo aún no nos conocemos. No he tenido ese placer. Aunque no sé si eso es bueno
o malo. Mejor no pregunto. Bueno, si alguien la ve, que le diga que pase por
Barcelona, que me busque. Que me gustaría tomar un café con ella. O crêpes con Nutella,
más francés. Pero que venga sin hacer ruido, que se disfrace, que no provoque
mucho escándalo. Los catalanes ya están suficientemente exaltados como para que
aviven más el fuego. Y España también. Ya lo sabéis ¿no? Y si no leed los
periódicos, que aparece en la portada cada día, para que no vivamos en paz.
Como si no tuviésemos ya demasiados problemas. ¡Esperad! Me desvío del tema, es
lo que siempre me pasa cuando me enfado.
Liberté
y yo no nos caeríamos bien. Estoy segura. Y es que no me entusiasman las
mujeres que van dejando tras ella un rastro de corazones rotos. Un sendero de
lágrimas, de desesperación. Ese el problema de los hombres: que se enamoran,
que caen rendidos a sus pies para que ella los maneje a su antojo, como
marionetas en una obra de teatro que ella se encarga de escribir. Que pierden la
cabeza por ella. Literalmente. ¿Ella disfruta del sangriento espectáculo? Como
una niña con un juguete nuevo. Sino ¿por qué no se rinde? ¿Por qué sigue
esfumándose en cuanto cumple su objetivo?
Liberté.
Su nombre da esperanzas a los que buscan un camino, hace soñar a los que están
perdidos. Su estatua en Nueva York, francesa por supuesto, con la llama en un
brazo, guía a través de la oscuridad a los infelices, a los desesperados, a los
que ya no les queda nada o que nunca lo tuvieron, prometiéndoles una vida
mejor, llena de oportunidades. Estados Unidos de América. El sueño americano
que todos queremos cumplir. ¿Lo consiguen? ¿Es real? Que se lo pregunten a los
habitantes del Bronx, a los inmigrantes mexicanos echados a patadas, a Snowden
y a Assange, escondidos de su propio gobierno. Mucho Obama, mucho Hollywood,
mucho cuento.
Liberté.
¿Cómo sería Liberté? Sería egoísta,
superficial, fría, porque los sentimientos esclavizan. Irresponsable y
caprichosa como los niños, viviendo sin preocupaciones, haciendo lo que le dé
la gana. Solitaria, porque cada sociedad tiene sus propias reglas y leyes. Inteligente
o estúpida, tampoco importa.
Liberté
no es humana. Y es que los humano no podemos ser libres, aunque todos pensemos
que lo somos. Ni siquiera los franceses, sus creadores. Bonita mentira que
inventaron, una mentira peligrosa que induce a la locura. Somos esclavos, y ni
siquiera lo sabemos, no nos damos cuenta. Sin embargo, no somos esclavos de
otras personas, como los africanos en las plantaciones de tabaco en América. No
se nos compra, ni se nos vende. Bueno, menos a los políticos y a los
futbolistas. Somos esclavos del dinero, de la belleza, del amor. De nuestros miedos
y necesidades. De nosotros mismos.
Liberté
no existe. Es un fantasma, un espíritu, una brisa que viaja por el mundo, que
te susurra palabras bonitas al oído, que te hace creer que hay algo mejor allí
fuera. Te vuelve loco. Y ya no puedes vivir sin ella. No duermes, no comes, no
vives. Como los enamorados: esclavos al fin y al cabo. Irónico ¿no? Y se va, dejando
tu mundo patas arriba, perdido en mitad de la nada, buscando a ciegas el camino
de vuelta a casa. Sumido en la melancolía ¿Cómo volver a empezar? ¿Cómo volver
atrás? ¿Qué hacer con todos esos sueños por cumplir?
Liberté. Bonita
utopía ¿verdad? Bella pesadilla. Infierno.