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jueves, 14 de marzo de 2013

La chica de al lado #2

                                                 La chica perfecta

Te la encuentras en el bus, el metro y el tren. Siempre escuchando música, con las manos apretando los puños de la sudadera. Mira hacia abajo, y unos bonitos mechones oscuros le esconden el perfil. No paras de observarla, deseando verle la cara, preguntándote de qué color serán sus ojos.

Entonces, levanta la vista y el corazón se te encoge al enfrentarse a tales ojos. Tan claros, tan azules y sin embargo tan fríos. No hay nada. No queda nada. Ni un solo rayo de vida. Es un cuerpo vacío que se esconde en sudaderas anchas y se muerde las uñas. ¿Qué le habrá pasado? ¿Qué le habrán hecho? ¿Quieres saberlo? Sigue leyendo.

Es Amelia, Eli para los que la conocemos, y lo que le ocurre es que le han roto el corazón. ¡Qué tontería!, pensaréis. ¿Por eso está así? Ajá, tan simple como eso. O complicado, según como lo mires.

Cuando estudiaba con ella, Eli era la chica perfecta. No recuerdo en ella nada que pudiese considerarse extraordinario. Vestía como la gente normal, tejanos, cazadoras y camisetas de colores vistosos. No era ni la más popular, ni la más lista, ni la más de nada, pero era la chica perfecta. Quizá porque siempre sonreía, o tenía una palabra amable, quizá porque precisamente no era la más de nada.

Tampoco me acuerdo de quien la empezó a llamar así, puede que un admirador secreto o una de sus amigas, pero en unos días nos olvidamos de su verdadero nombre. ¿Le molestaba? Sí fue así, nunca dijo nada. En realidad parecía hacerle gracia, como si se lo tomase a broma. Ahora, en cambio, creo que sería capaz de arrancarte la cabeza si alguna vez te atreves a mencionar ese mote. Lo digo en serio.

Bueno, pasemos a lo que de verdad importa ¿no? Todo empezó una primavera. Chico guapo conoce a chica perfecta. Chica se enamora de chico y ¿viceversa? Ni idea. Rosas, citas y horas al teléfono ¿Cuánto tiempo salieron? ¿1 año quizá? No sé, pero estaban hasta en la sopa. Juntos de la mano a todas horas. Eran inseparables, y tenían algo muy especial, o eso nos pareció a los demás. Así que supongo que no os extrañareis si os cuento que empezaron a llamarlos la pareja perfecta. ¿Quién podría imaginar que todo terminaría como lo hizo?

La primavera volvió, y chico guapo conoce a chica mona. Otra vez. Quizá sea el polen de las flores, yo que sé. Total, que chico guapo se “enamora” de chica guapa. ¿Y cómo se enteró Eli? Por Facebook. Una foto de ellos en Facebook. Traicionada, humillada ante el mundo ¿Cómo digerir aquello? Las vacaciones planeadas para verano canceladas, sus regalos en el trastero y las fotos en el fondo de la basura. ¿Pero cómo borrar los recuerdos? ¿Cómo olvidar las tardes en la playa, las salidas al cine o una escapada de fin de semana por su cumpleaños? ¿Cómo olvidar el amor? ¿Cómo sacarlo de su corazón sin hacerse añicos, sin derrumbarse?

Tampoco os penséis que Eli se quedó de brazos cruzados, llorando en un rincón. No era así, no era una mosquita muerta, ni mucho menos. Y es que, cuando él fue a verla al insti para saber porque no le contestaba los mensajes, ella sin decir ni mu, le dio un bofetón limpio. Delante de todos. Recuerdo que la gente se quedó en silencio, todos con la boca abierta, alucinados, sólo se oía el susurro del viento. Al cabo de un momento, todos comenzaron a gritar, a pedir más. Pero ella, la dignidad personificada, solo dijo:

- Espero que ella te quiera la mitad de lo que te he querido yo.

- Vamos Eli, eres la chica perfecta…

Ahí llegó el segundo bofetón. Ni siquiera le dejó terminar la frase. Después, se giró sobre sus talones, con los ojos llenos de lágrimas y se abrió paso entre la multitud que los rodeaba, que ansiaba más drama. Y es que la chica que decían que era tan perfecta, con el corazón roto, ya no lo parecía . A la gente, no sé por qué, eso le encantó.

¿Os seguís preguntando por qué está así? No sólo le rompieron el corazón, le quitaron todo en lo que creía. Le prometieron el mundo y no le queda nada más que un corazón que no deja de sangrar y un orgullo destrozado.   Ahora, lucha por levantarse, por vestirse, por salir de casa. Hasta respirar le cuesta, le duele. Es como un alma gris que deambula por el mundo sin rumbo, ajena a lo que sucede a su alrededor, buscando desesperada algo a lo que aferrarse para no morir ahogada, asfixiada por su propio sufrimiento.  

Lo que ni ella ni nadie sabe aún, es que un día Amelia se levantará sin ganas, ni siquiera se molestará en maquillarse ¿para qué?,  y que cogerá el tren que siempre coge a la misma hora en la misma estación. Parecerá un día como otro cualquiera. Una noche oscura sin ninguna estrella que la ilumine. Pero entonces, chica perfecta conocerá a chico perfecto. ¿Perfecto porqué? No será el más guapo, ni el más fuerte, no será el más en nada, pero sí el chico perfecto. Quizá porque siempre sonreirá, o estará dispuesto a ayudar, quizá porque precisamente no será el más de nada.

Puede que Eli comprenda que el mundo no se ha terminado, que la vida sigue adelante, llena de oportunidades como esa. Que no es ni blanca ni negra, sino de vivos colores. Y especial. Que no existe un THE END como en las películas, o príncipes azules dispuestos a buscarte en los confines del mundo. Que el dolor es algo pasajero, como el placer. Y que no tiene por qué haber un solo amor. Quizá entonces, chica perfecta se atreva a enamorarse de chico perfecto, y viceversa. Nuevos recuerdos, nuevas promesas. ¿Quién dice que no le volverán a hacer daño? Sólo el destino lo sabe, si es que existe ¿Pero no es mejor eso que arriesgarse a vivir sin amor?  

La chica de al lado

viernes, 25 de enero de 2013

La chica de al lado #1

Este es un proyecto que tengo desde hace tiempo: escribir una historia. Ésta por supuesto no es la primera, pero al empezarla, pensé que quizá os gustaría. Trata de una chica normal de Barcelona que inventa historias sobre la gente que se cruza con ella en la calle. 

Barcelona, 2012

Observa a la gente. Horas y horas, pasadas sentada en el alfeizar de la ventana, fumando un cigarrillo tras otro. Los mira ir de acá para allá, a tres pisos por encima. 3 pisos…como aquel libro tan ñoño, por el que María y todas aquellas niñatas insufribles se habían vuelto locas. ¿Cuál era su nombre? “Tres metros sobre el cielo”, recordó. Lo había escrito un cuarentón italiano, le había dicho su hermana. Italiano tenía que ser. Son los únicos capaces de publicar semejante basura y convertirse en el héroe de las adolescentes de medio mundo.

Si la vida fuese como en los libros, ella no estaría allí. No, estaría bien lejos, recorriendo el mundo en busca de gente como ella. Personas que no se toman la vida en serio, y que se dejan llevar. Pero no, ella sigue anclada aquí, viviendo con una cincuentona menopáusica y una adolescente metomentodo. ¿El padre? Un día se marchó y no volvió. No le culpaba por eso. Sí, ella habría hecho lo mismo. Lo único que le recriminaba, es que no se la hubiese llevado con él. Así, no seguiría viviendo en esa casa de locos.

Baja la vista. La calle rezuma de vida. La primavera ya ha llegado, y Barcelona se tiñe de color. Le gusta la ciudad ¿Por qué? Ni siquiera ella lo sabe. Puede que sean sus calles desordenadas, el ambiente cálido o el olor a mar. Ni idea. De repente, apareció a su lado una bola de pelo gris atigrado.

- Ven aquí, Duquesa. ¿Tú también huyes? –le preguntó, mientras le acariciaba distraídamente el lomo. La gata, como única respuesta, se acurrucó junto a ella y cerró los ojos.

Ojalá su vida fuese tan sencilla. Dormir, comer y dormir. Pero ella no había tenido tanta suerte. Nunca la tiene. Balancea los pies en el vació y vuelve a mirar hacia abajo. Un año atrás, había descubierto ese trocito de libertad, su espacio. Y desde eso momento, se pasa las horas ahí, en la ventana, contemplando personas, imaginando historias. ¿Quiénes son? ¿A dónde van? ¿De dónde vienen? Especula con todas aquellas preguntas, y con mil más. Dibuja sus vidas, las inventa en su mente. A lo mejor sus fantasías no tienen nada que ver con la realidad, pero no le importa.

- ¡Ariel! ¡Tu cuarto! –vociferó una mujer a pleno pulmón.

Ariel hizo un mohín y cerró los ojos. “Suspira hondo” se dijo.

- Ariel, o lo recoges o empiezo a tirar tus cosas a la calle.

- Ya voy, ya voy –gritó mientras entraba en la habitación.

- ¿Otra vez en la ventana? Te pasas el día ahí –declaró su madre mientras le dejaba ropa limpia sobre el escritorio-. ¿Es que no tienes nada mejor que hacer?

- Ya has terminado ¿no? Así que vete a molestar a María y déjame en paz –le exigió la chica.

Cuando la mujer salió, Ariel cerró la puerta de un golpe. Estaba tan harta. Tenía que salir de allí, cuanto antes. Si no iba a volverse loca. ¿Pero como marcharse? Tenía algunos ahorros, y muchas ganas de escapar ¿Sería eso suficiente? Se estiró en la cama deshecha y se imaginó una nueva vida. Un nuevo punto de partida. En otro lugar, con otra gente. Otra historia, una propia.

jueves, 25 de octubre de 2012

La Monarquía – Quim Monzó

Una de mis historias favoritas...
Todo gracias a aquel zapato que perdió cuando tuvo que irse del baile a toda prisa porque a las doce se acababa el hechizo, el vestido retornaba a la condición de harapos, la carroza dejaba de ser carroza y volvía a ser calabaza, los caballos ratones, etcétera. Siempre la ha maravillado que sólo a ella el zapato le calzase a la perfección, porque su pie (un 36) no es en absoluto inusual y otras chicas de la población deben de tener la misma talla. Todavía recuerda la expresión de asombro de sus dos hermanastras cuando vieron que era ella la que se casaba con el príncipe y (unos años después, cuando murieron los reyes) se convertía en la nueva reina.
El rey ha sido un marido atento y fogoso. Ha sido una vida de ensueño hasta el día que ha descubierto una mancha de carmín en la camisa real. El suelo se le ha hundido bajo los pies. ¡Qué desazón! ¿Cómo ha de reaccionar, ella, que siempre ha actuado honestamente, sin malicia, que es la virtud en persona?

Que el rey tiene una amante es seguro. Una mancha de carmín en la camisa siempre ha sido prueba clara de adulterio. ¿Quién será la amante de su marido? ¿Debe decirle que lo ha descubierto o bien disimular, como sabe que es tradición entre las reinas, en casos así, para no poner en peligro la institución monárquica? ¿Y por qué el rey se ha buscado una amante? ¿Acaso ella no lo satisface suficientemente? ¿Quizás porque se niega a prácticas que considera perversas su marido las busca fuera de casa?

Decide callar. También calla el día que el rey no llega a la alcoba real hasta las ocho de la mañana, con ojeras de un palmo y oliendo a mujer. (¿Dónde se encuentran? ¿En un hotel, en casa de ella, en el mismo palacio? Hay tantas habitaciones en este palacio que fácilmente podría permitirse tener a la amante en cualquiera de las dependencias que ella desconoce) Tampoco dice nada cuando los contactos carnales que antes establecían con regularidad de metrónomo (noche sí, noche no) se van espaciando hasta que un día se percata de que, desde la última vez, han pasado más de dos meses.

En la habitación real, llora cada noche en silencio; porque ahora el rey ya no se acuesta nunca con ella. La soledad la reseca. Mil veces hubiera preferido no ir nunca a aquel baile, o que el zapato hubiese calzado en el pie de cualquier otra muchacha antes que en el suyo. Así, cumplida la misión, el enviado del príncipe no hubiera llegado nunca a su casa. Y en el caso de que hubiera llegado, mil veces hubiera preferido incluso que alguna de sus hermanas calzara el 36 en vez del 40 y 41, números demasiado grandes para una muchacha. Así el enviado no habría hecho la pregunta que ahora, destrozada por la infidelidad del marido, le parece fatídica: si además de la madrastra y las dos hermanastras había en la casa otra muchacha.

 ¿De qué le sirve ser reina si no tiene el amor del rey? Lo daría todo por ser la mujer con la cual el rey copula extraconyugalmente. Mil veces preferiría protagonizar las noches de amor adúltero del monarca que yacer en el vacío del lecho conyugal. Antes querida que reina.


La antigua cenicienta decide avenirse a la tradición y no decirle al rey lo que ha descubierto. Actuará de forma sibilina. La noche siguiente, cuando tras la cena el rey se despide educadamente, ella lo sigue de forma disimulada. Lo sigue por pasillos que desconoce, por ignoradas alas del palacio, hacia estancias cuya existencia ni siquiera imaginaba. El rey la precede con una antorcha. Finalmente se encierra en una habitación y ella se queda en el pasillo, a oscuras. Pronto oye voces. La de su marido, sin duda. Y la risa gallinácea de una mujer. Pero superpuesta a esa risa oye también la de otra mujer. ¿Está con dos? Poco a poco, procurando no hacer ruido, entreabre la puerta. Se echa en el suelo para que no la vean desde la cama; mete medio cuerpo en la habitación. La luz de los candelabros proyecta en las paredes la sombra de tres cuerpos que se acoplan. Le gustaría levantarse para ver quién está en la cama, porque las risas y los susurros no le permiten identificar a las mujeres. Desde donde está, echada en el suelo, no puede ver casi nada más; sólo, a los pies de la cama, tirados de cualquier manera, los zapatos de su marido y dos pares de zapatos de mujer, de tacón altísimo, unos negros del 40 y otros rojos del 41.