
Encuentro
que llorar es liberador. Echas las tensiones fuera, y después te sientes mucho
mejor. Y estoy segura de que es mucho más sano que ponerme a patear una pared.
Así que de vez en cuando, por la noche, después de un día de perros, las
lágrimas se abren paso, y empiezan a correr por mis mejillas en silencio y sin
descanso.
Y
es que no soy de las que montan el espectáculo, todo gimoteo y pucheritos, no me gusta llorar en público,
quizá porque me da miedo parecer débil. Lo reconozco, las lágrimas son para mí
signo de debilidad, aunque hasta los más fuertes lloren. Pero a veces,
simplemente, no te puedes permitir que la gente se percate de tu
fragilidad.
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